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Un alegre descubrimiento

Pascual Gaviria

06 de febrero de 2019 - 12:00 a. m.

Resulta extraña una conversación sobre drogas por fuera del ámbito político y legal, lejos de los decretos, las penas, las sentencias y cerca de los secretos, las revelaciones, la ciencia. La extrañeza aumenta cuando esa conversación es pública y no incluye descalificaciones morales. Nos hemos acostumbrado tanto a ligar las drogas con la policía, el escarnio, el miedo y la violencia, que una charla que incluya los términos LSD y psilocibina acompañados de palabras como espiritualidad, apertura de conciencia e introspección resulta una especie de sesión de brujería. Luego de 50 años de guerra contra las drogas, la superstición moral se ha hecho regla; la ignorancia se ha convertido en obligación.

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Hace una semana estuvo en Colombia el periodista Michael Pollan, autor del libro Cómo cambiar tu mente, una investigación sobre el auge médico, la histeria moral y el resurgimiento reciente de los psicodélicos en Estados Unidos. Sus charlas sobre esa especie de historia personal y científica de dos sustancias entregan una visión necesaria para un país que todavía comparte las taras que impuso Richard Nixon en Estados Unidos desde el 20 de enero de 1969, día de su posesión.

Albert Hofmann, químico suizo, y Robert Gordon Wasson, banquero de Nueva York, son unos de los protagonistas del libro de Pollan. El primero sintetizó, por golpes del azar, el LSD cuando trabajaba en una droga para la circulación en los laboratorios Sandoz en Basilea. El segundo buscó durante años los hongos alucinógenos en México hasta que los encontró en Huautla de Jiménez, en el estado de Oaxaca. Los españoles los habían conocido recién llegados a América y los habían proscrito como herramienta del paganismo.

Durante finales de los 50 y casi todos los 60 las sustancias gozaron de un repentino entusiasmo entre médicos, psiquiatras, artistas y académicos. Fueron usados de manera legal para tratamientos contra depresiones, trastornos postraumáticos y psicóticos y otras dolencias. Según Pollan, las dos sustancias fueron la base de la neurología moderna: “una buena manera de entender un sistema complejo es alterarlo y luego ver qué sucede. El hecho de que microgramos de LSD pudieran producir síntomas similares a la psicosis inspiró a los neurólogos y psiquiatras a buscar la base neuroquímica de los trastornos mentales, cuyo origen antes se creía de orden psicológico”.

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Cuando las drogas psicodélicas alentaron la contracultura y se convirtieron en un rito de iniciación de miles de jóvenes, apareció lo que Pollan llama un “pánico moral”. Nixon convirtió a Timothy Leary, un profesor de psicología que había hecho experimentos con el LSD, en el hombre más peligroso de los Estados Unidos. La guerra contra las drogas entregaba una herramienta perfecta para la política: un señalamiento de depravación sobre los negros y los hippies. Ahora los gringos hacían algo similar a lo que habían hecho los españoles casi 500 años atrás. “Las drogas psicodélicas alimentaban la contracultura, y la contracultura estaba minando la voluntad de luchar de los jóvenes estadounidenses. La administración de Nixon trató de mitigar la contracultura atacando su infraestructura neuroquímica”. El tabú y la política le habían ganado a la ciencia y durante décadas se archivaron las investigaciones. Los pioneros en el uso terapéutico ahora eran más dealers que científicos.

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Pero las investigaciones han vuelto y los usos se han sofisticado. Ya no se habla solo de psicosis, adicciones y depresiones, ahora se busca alertar una espiritualidad, despertar la conciencia, buscar una ruta contra “el cemento de los hábitos mentales”. Pollan no es un profeta de la psicodelia, es un autor de 63 años con una mente bien amoblada más allá de los prejuicios y las panaceas, un antídoto frente a la larga adicción al ignorante tutelaje del Estado frente a las drogas.

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