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Un milagro imposible

Pascual Gaviria

04 de enero de 2011 - 09:57 p. m.

UN AÑO DESPUÉS DEL TERREMOTO en Haití el palacio presidencial en Puerto Príncipe sigue tirado en el suelo.

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Lo rodea una malla de protección con propaganda política de las recientes elecciones de noviembre, una más de las calamidades que cayeron sobre el país en 2010. Haití está todavía en ruinas, según los cálculos apenas se ha recogido el 5% de los escombros y uno de los candidatos propone que se nombre un zar para la limpieza de las ciudades, ya sabemos que es la denominación que se le entrega al encargado de las tareas imposibles. Aún hay más de un millón de personas viviendo en campamentos, el cólera ha dejado más de 3.000 muertos, la política parece encaminarse a la violencia y hay cuatro extranjeros encargados de definir el resultado de la primera vuelta presidencial.

Luego del terremoto parecía que la solidaridad internacional podría lograr un milagro en el país que Graham Greene llamó república de pesadilla. Una cumbre en Nueva York comprometió recursos por cerca de 6.000 millones de dólares para armar un nuevo Haití en un plazo de dos años. Bill Clinton y el primer ministro haitiano serían los encargados de liderar los esfuerzos. Sean Penn se fue a vivir a una carpa en Puerto Príncipe y hasta Lionel Messi pasó por los campos de refugiados. Seis meses más tarde Clinton estaba haciendo de chepito internacional para que los países donantes “honraran sus compromisos, y los honraran de forma oportuna”. Hasta hace meses los aportes norteamericanos estaban estancados por zancadillas entre congresistas republicanos. Colombia estuvo siempre entre los cinco países que cumplieron sus compromisos en el plazo previsto.

Pero el reto en Haití no es sólo cuestión de escombros y buenas intenciones. Hace un año Ricardo Seitenfus, el ex representante especial de la OEA en el país, resumió en una frase el tamaño de la tarea: “No hay precedentes. Hay que inventar un Estado y hacer que los haitianos se responsabilicen de su país. Es muy fácil para ellos pedir, pedir y pedir porque siempre hay gente que trae cosas”. Seitenfus acaba de ser removido de su cargo por unas polémicas declaraciones sobre el papel de la ONU y su obsesión por llevar soldados a un país derruido: “En vez de hacer un balance, se enviaron aún más soldados. Hay que construir carreteras, elevar presas, participar en la organización del Estado, en el sistema judicial. La ONU dice que no tiene mandato para ello. Su mandato en Haití es mantener la paz del cementerio”.

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En el balance de Seitenfus no sólo la ONU sale mal librada. El trabajo de más de 10.000 ONG que han convertido a Haití en su centro de tareas, formación y experimentos parece ser parte de la solución de urgencia y la epidemia permanente: “Existe una relación maléfica o perversa entre la fuerza de las ONG y la debilidad del Estado haitiano. Algunas ONG sólo existen debido a la desdicha haitiana”. Las ONG hacen su trabajo con la ayuda de su país de origen y pasan por encima del inexistente Estado haitiano. Incluso la corrupción ha pasado de las oficinas públicas a las organizaciones no gubernamentales, cada político haitiano regenta al menos dos. Haití ha tenido 6 intervenciones extranjeras en los últimos 20 años y se ha convertido en una especie de protectorado al que el mundo le lleva sus ayudas y sus males, desde el cólera hasta los vicios inevitables de la mirada paternal y conmiserativa.

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