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Voto rayado

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Pascual Gaviria
08 de octubre de 2014 - 02:34 a. m.
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Los políticos colombianos han comenzado a notar que la competencia no es solo entre ellos y que los únicos rivales no son quienes visten y acomodan corbatas contrarias.

Han echado un vistazo a las mayorías y se han dado cuenta de que ahí está el más grande de los peligros. Los electores que no eligen son una plaga que es necesario combatir. Primero intentaron llevarlos hasta el cubículo con algunas golosinas, pero los muy holgazanes prefirieron la pola a escondidas o la simple cobija el domingo señalado. Se les ocurrió entonces que era tiempo de prohibir el desgano y ahora proponen que el voto sea obligatorio, que el derecho se convierta en obligación y el tarjetón en cartilla sacramental.

Colombia es el único país de América Latina donde el voto nunca ha sido una obligación. En algo hemos sido ejemplares, porque cuando el burócrata en la ventanilla amenaza al ciudadano para que ponga una equis donde se le antoje, o para que simplemente raye la tarjeta electoral o la meta en la urna tal cual se la entregaron, la democracia comienza a ser una farsa donde muy buena parte de los votos son un examen dictado, comprado o simplemente firmado. Es lógico que antes de Viviane Morales fuera Roy Barreras, un político de todos los colores, quien propusiera en 2006 el voto obligatorio. Los politiqueros saben que los abstencionistas de toda la vida serán en su mayoría un rebaño fácil de conducir. Será cuestión de poner el aguijón de una multa (aunque sea imposible de cobrar) y de contar con buenos impulsadores en barrios y veredas. Se les entregarán un número y un color y jugarán su bingo sin mayores contratiempos.

Solo 24 países en el mundo tienen el voto obligatorio en sus leyes o constituciones. América Latina tiene 13 de esos esperpentos donde el populismo sabe que no solo de las ofertas y los estribillos vive el hombre del capitolio y el palacio. Quienes están en el poder agradecen las bondades del voto obligatorio. La inercia que lleva a los ciudadanos a reelegir a sus gobernantes tiene un impulso adicional cuando no es permitido quedarse en casa. Una vez los políticos amarran a los ciudadanos, muy difícilmente los soltarán. En Perú (67%), Brasil (64%) y Ecuador (61%), la mayoría de los potenciales electores dicen que les gustaría volver al voto voluntario. Saben que el desgano también es parte de la ciudadanía. En Brasil hicieron hace poco una encuesta que dice mucho sobre el carácter educativo del voto obligatorio. Veinte días después de las elecciones les preguntaron a los votantes a quién habían marcado en el tarjetón: el 30% respondió que no se acordaba. Para el oportunismo de los políticos es una cuestión cuantitativa, pero para la salud de la democracia tal vez sea más un asunto cualitativo. Hay que llevar la abstención a sus justas proporciones y no a los ciudadanos hasta los centros electorales halados de la ternilla.

Si la legitimidad la da el número de votantes habrá que decir que Chinú, Córdoba, es la Atenas colombiana. En las Casadas elecciones para congreso votaron en ese municipio un poco más del 70% de los potenciales electores. Trabajo legítimo de Musa Besaile y Ñoño Elías. Solo hay un remedio contra la intención descarada de los legisladores. Si llegan a aprobar el voto obligatorio, habrá que ir a dibujar el tarjetón, a anular el voto para avergonzarlos. En las pasadas elecciones legislativas eso fue lo que hicieron más del 15% de los votantes. En las siguientes, el voto nulo y no marcado les demostraría que era mejor dejar a la gente en la casa.

 

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