Escucha este artículo
Audio generado con IA de Google
0:00
/
0:00
Entre nosotros son legión los "ilusionistas" de la palabra paz. Se han comenzado tantos procesos, en Los Pozos o en Caracas; se han instalado tantas mesas, en Tlaxcala o en Maguncia; se han pintado tantas palomitas en el aire, con Belisario o con Pastrana, con Barco o con Gaviria, que hay incluso algunos profesionales de la negociación con las guerrillas.
Esos negociadores tienen lemas cercanos a los de sus contrapartes revolucionarias: no hemos avanzado un paso, pero nunca nos daremos por vencidos. Quienes lograron soportar el tedio del Caguán dicen que luego de año y medio de cháchara se había llegado a un acuerdo con las Farc: Colombia era un país viable aun con la existencia de la propiedad privada. Alfonso Cano murió en la misma semana en la que el gobierno cubano expidió un decreto para hacer dueños de sus casas a las familias de la isla. Tal vez Raúl Castro le habría parecido un vendido.
La muerte de Cano ha dividido en dos bandos a los negociadores, aquellos que se despiertan y lo primero que hacen, todavía en el duermevela, es dejar caer una frase obligada: “Es necesario buscar una salida política al conflicto armado”. Para los más radicales, Partido Comunista, Piedad Córdoba y otros, se perdió la oportunidad de convenir con un “ideólogo”, uno de los líderes “políticos” de la guerrilla, quien en sus dos últimas comunicaciones habló sobre la necesidad urgente del dialogo. Los demás esperanzados de la paz, ubicados en las orillas más diversas, han visto en la muerte de Cano una nueva oportunidad. Invocan la debilidad de las Farc, la posibilidad de arrebato de lucidez de Iván Márquez, mencionan a Eta y su comunicado final. Ellos mismo habían visto como una rendija para la paz el triunfo de Cano sobre Jojoy después de la muerte pacífica de Marulanda.
La cantidad de cábalas sobre un posible acuerdo con las Farc demuestra que el deseo oculta realidades inevitables. Y que muchos siguen confiando en el raciocinio de la guerrilla que puede pensar en las mayorías desarmadas. Pero Márquez al igual que Cano es hijo de las juventudes comunistas que acaban de cumplir 60 años y en su página de aniversario no pueden más que disculparse por adelantado por su obcecación: “Han pasado ya casi 60 años y algunos dirán que la terquedad y la necedad serían los adjetivos perfectos para definirnos, otros pensarán que nuestra lucha no tiene razón de ser y por lo tanto carece de futuro, o podrán ver el pasado como una pérdida de tiempo…”. Y Timochenko todavía cree en la Europa Oriental de su juventud y Joaquín Gómez jura que Putin es sobrino de Lenin. Pensar en el ejemplo de Eta es una absoluta necedad. La banda vasca tenía 50 miembros activos y más de 1.500 presos. Era sobre todo una organización carcelaria. De otro lado, sus demandas tienen amplio respaldo popular y los líderes legales hacían mucho mejor su trabajo que los dinamiteros. Entre nosotros hay que pensar más bien en el ejemplo del Eln, una prueba fehaciente de que los grupos guerrilleros insistirán hasta la aniquilación. Pasarán de frentes con nombres heroicos a simples “Rastrojos” dispuestos a pactar con quien sea el precio de los embarques. Serán sencillos proveedores de submarinos en el Pacífico y de éter y gasolina en el Bajo Cauca. Y darán pelea. Mientras tanto sus líderes se dolerán como Cano de no encontrar ni el país ni la guerrilla que soñaron.
