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–Sus signos vitales están muy débiles–, les dijeron el sábado los médicos de la Fundación Santa Fe de Bogotá a los hijos y nietos de doña Nydia Quintero de Balcázar, madre de Diana Turbay (Q.E.P.D), de Claudia, de María Victoria y de Julio César, y abuela, entre otros, de los hijos de Diana, María Carolina Hoyos Turbay y su hermano, Miguel Uribe Turbay, quien se encuentra inconsciente en la unidad de cuidados intensivos de la misma clínica, a raíz del tiro en la cabeza que recibió en ese atentado casi mortal que sufrió el pasado 7 de junio en la capital.
Hacía pocos días que a doña Nydia, casi ciega y de 93 años, la habían internado en la Fundación Santa Fe, afectada por una neumonía. Pero la salud se le fue complicando y el sábado en la tarde, cuando a sus hijos y nietos los médicos les contaron que a ella se le estaba yendo la vida, rodearon a su abuela y madre, una mujer extraordinaria que siempre se solidarizó con los pobres de Colombia, y empezaron a decirle cuánto la querían. Luego, todos ellos, dotados con el don de la música, comenzaron a cantarle esos boleros, bambucos y joropos que tanto le gustaban. Imagino a su nieta, María Carolina, con su voz potente y su carisma, cantándole el joropo de la Potra Zaina.
De inmediato, al sentir el amor de sus hijos y nietos, y al oír sus cantos, los signos vitales de doña Nydia comenzaron a subir. Sin embargo, en la madrugada del domingo, descendieron definitivamente y esa mujer del otro mundo descansó en paz.
Y es que doña Nydia era una mujer del otro mundo. No de otra manera se explica que poco antes del atentado contra su nieto Miguel, ella le dijera a su enfermera:
–A Miguel pónganle un pañuelo blanco en la cabeza.
Fue como una premonición: casi una hora más tarde se supo la noticia de ese intento de crimen atroz. Entonces la enfermera, sorprendida y seguramente con la piel erizada, le dijo a una de las hijas de doña Nydia:
–Mire lo que hace un rato me dijo su mamá: que a don Miguel le pusieran un trapo blanco en la cabeza.
“Hoy el cielo recibe a una gigante: la dama de la solidaridad”, escribió su nieta María Carolina en la nota con la que anunció su muerte en la madrugada del domingo.
Y continuó: “Se fue mi abuela, mi mamá de la vida”.
La que la acompañó desde los 19 años, cuando quedó huérfana, porque su madre, Diana Turbay, murió a raíz de un operativo absurdo y mal planeado por la Policía Nacional para rescatarla del secuestro en el que la mantenía el capo Pablo Escobar. Y agregó: “La mujer que me enseñó lo que significa amar con hechos, transformar desde los valores y servir desde el corazón”.
Y así fue. Porque eso hizo doña Nydia Quintero durante toda su vida. Por esa razón, el día de sus exequias, presididas por el arzobispo de Bogotá, el cardenal Luis José Rueda, el batallón Guardia Presidencial le rindió honores y acompañó su féretro cubierto con la bandera blanca que tenía estampado el escudo de su Fundación Solidaridad por Colombia. Así, en medio de la música fúnebre, y marchando lentamente desde el Capitolio, donde fue velada, llegó a la Catedral de Bogotá el féretro de esta mujer tan querida por este país. Estaba repleta de personas, en su mayoría humildes, que, agradecidas con ella y tristes por su partida, le llevaban las rosas amarillas que tanto le gustaban, mezcladas con un puñado de rosas rojas que le expresaban su amor.
Gracias por su vida, querida doña Nydia Quintero de Balcázar. Y ahora sí, usted, descanse en paz.
