Realizar un cónclave para acordar una consulta presidencial en marzo, “amplia e incluyente”, les propuso Juan Fernando Cristo, miembro de la Coalición de la Esperanza, a los demás precandidatos y dirigentes del centro, a quienes en carta que les dirigió mencionó en estricto orden alfabético: Carlos Amaya, Íngrid Betancourt, Humberto de la Calle, Sergio Fajardo, Juan Manuel Galán, Carlos Fernando Galán, Alejandro Gaviria, Angélica Lozano y Jorge Enrique Robledo.
Agregó Cristo que no debe levantarse el cónclave hasta que no lleguen a un acuerdo. Y añadió que la exsecuestrada y excandidata Íngrid Betancourt y el exnegociador de paz Humberto de la Calle deben liderar las conversaciones.
Indudablemente, la propuesta de Cristo es buena. Pero para que la reunión no fracase ni se convierta en otra encerrona maltratadora contra Alejandro Gaviria —como fue la pasada cuando, según cuentan, llegó a decírsele que su proyecto y el de la Coalición de la Esperanza no eran compatibles— se requiere que Íngrid Betancourt haga el milagro de lograr que antes de la reunión haya un comienzo de acuerdo.
¿Y por qué Íngrid? Porque ella, quien después de su secuestro y de sus estudios de teología ha adquirido cierto halo espiritual, es la única persona respetada, querida y escuchada por todos: por los miembros de la Coalición de la Esperanza, especialmente Sergio Fajardo, de un lado; por Alejandro Gaviria, de otro, e incluso por el mismo expresidente y jefe del Partido Liberal, César Gaviria, a quien Íngrid no sólo no descalificó en declaraciones recientes, sino que invitó a que fuera parte de la solución, realizando la depuración que, con urgencia, el Partido Liberal requiere.
“Es la hora de deshacernos de las maquinarias; (…) si hay alguien que puede hacerlo en el Partido Liberal es César Gaviria”, dijo Íngrid, y agregó: “Hay un pensamiento liberal que está vivo y César Gaviria representa parte de ese pensamiento. Hoy él está en la posición de darle esta vez «el revolcón» al Partido Liberal, cuando más se necesita. Ya empezó a hacerlo, porque le apuesta a Alejandro Gaviria, que es lo más opuesto a cualquier maquinaria”.
Independientemente de si se está de acuerdo o no con ese planteamiento, es evidente que Íngrid tiene razón cuando afirma que “hay que hacer un esfuerzo por (…) tener una vocación de gobierno y no de oposición profesional. Esto implica deponer miedos y desconfianzas”.
Eso parece haberlo entendido ya y por fin Juan Fernando Cristo quien, seguramente porque tuvo la epifanía de la que habla Íngrid, propuso el cónclave. Pero esa propuesta hay que manejarla bien para que no se convierta en dinamita para la posibilidad de unión del centro.
En evitar la catástrofe, Íngrid juega un papel fundamental. Y también pueden jugarlo Humberto de la Calle y Carlos Amaya, exgobernador de Boyacá, quien tuvo la claridad política para decir que “ni la Coalición de la Esperanza tiene futuro sin Alejandro, ni la candidatura de Alejandro tiene esperanza sin la Coalición”.
Pero Íngrid Betancourt (a quien aquí quiero decirle que la admiro) es la persona que tiene la clave. De modo que la invito a que, antes de que se reúna el cónclave de Cristo, despliegue toda su sabiduría y su conocimiento de la condición humana y logre el milagro: que sus miembros acepten un mecanismo para que el centro todo, sin exclusiones ni vetos que sólo restan, se presente unido a la primera vuelta.
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