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LUIS ELADIO PÉREZ NO PUDO contener el llanto cuando hace pocos días me
dijo que, en siete años de secuestro, sólo sintió que éramos solidarios
con la suerte de los secuestrados el 4 de febrero, cuando millones de
colombianos marchamos para protestar contra esa horrible práctica de
las Farc.
Tampoco logró reprimir sus lágrimas cuando afirmó que, mientras al arribo a Caracas de los recién liberados, los recibió una multitud amable encabezada por funcionarios solidarios, a su llegada a Bogotá únicamente se hicieron presentes el alcalde Samuel Moreno y su equipo. Ni un enviado de nuestro Presidente, ni un funcionario del Gobierno, ni un miembro de ese Congreso de la República al que ellos pertenecían fue a esperarlos para decirles “bienvenidos”. Por ello, y porque ya era demasiado tarde, el ex senador se negó a aceptar la condecoración que le ofreció después la Presidenta del Congreso.
Y Luis Eladio apenas alcanzó a bajar la mirada y a esconder su dolor al oír que su esposa, Ángela de Pérez, me contaba que el Presidente se demoró tres meses para recibirla en el 2003, cuando le pidió una cita con el fin de llevarle un mensaje de los políticos secuestrados. “Presidente, —afirma Ángela que le dijo finalmente a Uribe— le traigo dos cartas de dos hombres que están padeciendo el secuestro. La primera es de mi marido, un demócrata que le pide que actúe como demócrata. Y la otra es de Óscar Tulio Lizcano, cuya familia me solicitó que se la diera”. Ángela cuenta que, entonces, el Presidente lanzó las cartas sobre su escritorio y dijo: “Yo no recibo pruebas de supervivencia de secuestrados, ni leo cartas, ni veo videos. No quise leer la de mi padre, mucho menos voy a leer las de otros secuestrados”.
En ese instante le comenté a Luis Eladio: “parece como si la insolidaridad hubiera sido, para usted, lo peor de su secuestro”. Y él me respondió: “la insolidaridad y la humillación”. Se refería a que había pasado años con el cuello atado a un árbol por una cadena, teniendo que soportar impotente que lo llevaran de cabestro a hacer sus necesidades, que a sus carceleros les causara hilaridad su situación, que con alguna frecuencia le dispararan a los pies para atemorizarlo y que fusilaran a un perro que se había convertido en su única compañía, lo cual le produjo una ira tal que golpeó, con toda su fuerza, al asesino de su fiel amigo.
Sí, esas humillaciones y ese trato inhumano fueron para Luis Eladio Pérez y para sus compañeros de secuestro tan dolorosos y tan difíciles de soportar como la falta de interés por su suerte, tanto de parte del Gobierno, como de los colombianos, salvo honradas excepciones.
¡Cómo será de evidente esa insolidaridad, que luego de la muerte de Raúl Reyes y de las historias sobre el contenido de su computador, parece como si de nuevo se nos hubiera olvidado que hay compatriotas encadenados en la selva, al borde de morir de hambre y de tristeza, y que su liberación depende de que nuestra solidaridad resuene tan duro a los oídos y al corazón de los responsables de su suerte, que a ellos no les quede más alternativa que devolverlos a la libertad… y a la vida.
* * *
La pregunta del millón: ¿Será que los jefes paramilitares extraditados podrán seguir contestando las preguntas sobre la parapolítica y sobre sus crímenes de lesa humanidad que les hagan en Estados Unidos la Corte Suprema de Justicia y la Fiscalía General de Colombia, o será que los sacaron del país de afán con el fin de silenciarlos?
