Escucha este artículo
Audio generado con IA de Google
0:00
/
0:00
TACHIA QUINTANA, CON 82 AÑOS, blusa y falda del mismo gris y un exótico collar que parece de plata pero que ella, sonriente, confiesa que le costó cinco euros; Gonzalo García Barcha, especie de hijo adoptivo suyo, artista gráfico dedicado a la pintura, de bigote mexicano, mirada profunda y charla amena y salpicada de referencias literarias, tan parecido a su padre; y yo, conversamos sin parar en cualquier restaurante del Barrio Latino de París.
Les cuento que acabo de visitar el Hotel des Trois Colleges, antiguo Hotel de Flandres, y de conocer el cuartucho de la buhardilla donde Tachia vivió con su novio de mediados de los cincuenta, quien agobiado por la pobreza e inspirado por la presión que para solucionar el diario vivir ejercía sobre él esa vasca bella e irresistible a la que siempre llamó “General”, tecleó su máquina de escribir hasta producir lo que luego fue un clásico de la literatura: la novela El Coronel no tiene quien le escriba, en la que ese General, mediante el milagro de lo que Gabo denomina la “transposición poética de la realidad”, se convirtió nada menos que en la mujer del Coronel.
— Tachia, ¿por qué no visitamos juntas el Hotel de Flandres?, le digo.
Nos citamos en la recepción, una mañana del pasado verano. Gonzalo, quien quiso acompañarnos, no logró hacer coincidir su agenda con la de Tachia, declamadora llena de energía que se la pasa de pueblo en pueblo de Europa visitando amigos y dando recitales junto al cantautor español Paco Ibáñez.
Adherido en la pared de la calle, junto a la puerta de entrada, un busto de bronce de Gabriel García Márquez, descubierto hace tres años por el embajador Cepeda y por la Ministra de Cultura, da cuenta de que ahí, él escribió El Coronel.
— Esto está muy cambiao, dice Tachia.
Con trabajo, convencemos al administrador de que nos suba al legendario cuartucho. Está ocupado y no se sabe a qué horas regresarán los huéspedes. Justo cuando abrimos la puerta, se escucha la voz de las dos norteamericanas —madre e hija— que lo ocupan. Les contamos el motivo de nuestra visita. La madre, quien había leído Cien Años de Soledad, emocionada, le pide un autógrafo a Tachia.
Ya, sin presión, apeñuscados en ese cuarto de techo en caída, con vigas de madera y espacio apenas suficiente para una cama y una mesita con un asiento, donde uno no se explica cómo alguien pudo escribir una obra maestra y menos si convivía con otra persona, Tachia nos muestra la ventana soleada que da a la Rue Cujas, en la que Gabo recibió la noticia que una mañana, a los gritos, desde otra ventana del hotel de enfrente, le dio el poeta cubano Nicolás Guillén: el dictador Fulgencio Batista acababa de caer.
Pues bien, esa misma Tachia, a quien Gabo, por idea de su esposa Mercedes, le dedicó la edición francesa de El Amor en los Tiempos del Cólera, está en Bogotá montando el monólogo Isabel viendo llover en Macondo, texto que el Premio Nobel le regaló para oírselo a ella (como consta en carta que le escribió de puño y letra), y que Tachia estrenará mundialmente el 8 de noviembre en el Teatro Heredia de Cartagena, y presentará el 11, 12 y 13 en el Teatro Libre de Bogotá.
Ese monólogo es uno de los más preciosos relatos del Nobel. Y escuchado en la voz poderosa y dulce de Tachia, eriza la piel durante 60 minutos en los que la vitalidad de esta mujer irrepetible, nos llena de la magia de lo real maravilloso.
