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El presidente Gustavo Petro debe tener cuidado. Su discurso del 1° de mayo, pronunciado desde el balcón de la Casa de Nariño ante una multitud no demasiado numerosa, consiguió asustar —¡y de qué manera!— a gran parte de los empresarios y miembros de esa otra mitad de Colombia que no votó por él. Estuvo cargado de referencias históricas que comenzaron por recordar la historia sin par del Libertador Simón Bolívar y la admirable de José María Melo, y buscaron entusiasmar a los viejos liberales que vibramos cuando nos recuerdan a López Pumarejo y su frustrada Revolución en Marcha, a Jorge Eliécer Gaitán y su grito de “¡A la carga!”, a Carlos Lleras Restrepo y su también frustrada reforma agraria.
Ese miedo que Petro parece disfrutar sembrando en las élites, como él las llama, tiene el efecto nefasto de que frena la decisión de los inversionistas colombianos de invertir más en el país, los impulsa a llevarse sus capitales al exterior, les infunde temor sobre la estabilidad de las reglas de juego y les mina la confianza, condición indispensable para que la economía y las empresas funcionen.
Hay que reconocer que, objetivamente, hasta ahora, a la economía en estos nueve meses del gobierno de Petro no le ha ido tan mal. El exministro José Antonio Ocampo hizo una gran labor. Muestra de ello es que el desempleo tuvo una reducción significativa y llegó al 10 %, la tasa más baja en los últimos cinco años. Esperemos que su sucesor, Ricardo Bonilla, siga por el mismo camino. Pero si el presidente continúa utilizando un lenguaje generador de pánico, que por otra parte divide al país entre “los buenos que están conmigo y los malos que están contra mí”, no solo puede lograr que aumente aún más la violencia, que ya está llegando a niveles muy preocupantes, sino que seguramente lleve a que se deteriore la economía y, por ende, el bienestar de muchísimos colombianos. Además, es factible que al final de su mandato Petro entregue no la Colombia unida que él prometió, sino una profundamente dividida y atravesada por el odio.
Ahora, claro que el presidente Petro tiene todo el derecho de hacer lo posible para sacar adelante sus reformas. Pero estas se deben discutir en el Congreso, única instancia que puede decidir si se aprueban, se modifican o se hunden.
Una vez ese trámite se supere, cualquiera que sea su resultado, el país vivirá más tranquilo porque ya conocerá su rumbo. Sin embargo, ahora todo es incertidumbre, incluso para el propio presidente, que en algunas oportunidades ha expresado su temor de no poder cumplirle a su pueblo. Y tiene razón. Porque si las cosas siguen como van y él continúa dedicado al activismo y no a coordinar e impulsar la acción del Gobierno, terminará su período en la inacción. Entonces su pueblo, agobiado por una nueva y grave frustración, fácilmente podría inclinarse por una opción de derecha extrema, que quién sabe cuánto dure. Por eso le pedimos, presidente Petro: por favor, menos agitación y más acción.
Es muy grave que el Senado haya eliminado el artículo 8 del Plan Nacional de Desarrollo, que le permite al Gobierno implementar las recomendaciones de la Comisión de la Verdad. Es indispensable que la Cámara de Representantes y después las dos cámaras en conciliación aprueben ese artículo y salven el principal legado de la Comisión. Colombia tiene que salir definitivamente de la violencia. Señores políticos, no nos hundan más en ella.
