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¡Por ese corazón!

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Patricia Lara Salive
03 de diciembre de 2010 - 03:00 a. m.
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— PATRICIA, EL DOCTOR LLERAS ACAba de morir… Se fue muy tranquilo… Poco antes me había dicho: “¡Por qué lo molestan tanto, Reinaldo, váyase a dormir!”… Salí un momento… Volví a entrar… Y permanecí a su lado hasta que dejó de respirar… ¡Te cuento que disfrutó mucho el helado de chocolate que le mandaste ayer! —me dijo por teléfono, a la medianoche de ese triste 27 de septiembre de 1994, con voz entrecortada, Reinaldo Cabrera Polanía, el cardiólogo y médico de cabecera del ex presidente Carlos Lleras Restrepo, quien, como mi padre, fue mi gran maestro.

Y el pasado 19 de noviembre le tocó el turno a Reinaldo, creador y motor de la Fundación Cardioinfantil, esa gigantesca obra a la que cada vez que visitaba le descubría un edificio más (hoy tiene 55.000 m2 de construcción); centro de referencia en cardiología de Colombia y los países vecinos, donde se salvan las vidas antes de saber si los pacientes tienen cómo pagar la cuenta; pabellones con juguetes y paredes pintadas con muñequitos; hotelito para alojar a las madres de los bebés recién operados; empresa moderna y eficiente, carente de pasivos, con superávit del 5% de sus ingresos reinvertido en crear nuevos servicios y mejorar tecnología, cuando tantos hospitales acaban cerrados o arrojan déficits enormes; obra impresionante nacida de la visión y de la generosidad de Reinaldo y de Camilo Cabrera, su hermano, cardiólogo como él, y empujada por la capacidad que Reinaldo tenía de enamorar a los ricos y a los poderosos al convertirse en su médico y pañito de lágrimas pero, en lugar de cobrarles, les mostraba esa obra suya que refleja su amor sin límites por los niños pobres y enfermos, por los adultos necesitados y, en últimas, por todos los seres humanos, por Colombia y por Yagüará, la tierra de nuestros ancestros, “esa tierra opita que lo vio nacer”, como lo recordó ante su féretro ese valse de Jorge Villamil, Al Sur, que puso a llorar a esa multitud conformada por gente de todas las condiciones, agolpada, para despedirlo, primero en el Torreón Docente Guillermo Ponce de León de la Cardioinfantil, después en la capilla del Gimnasio Moderno y luego en los Jardines de Paz, donde le dijimos adiós a ese ángel de la guarda, mío y de tantos colombianos.

Las estadísticas de la Fundación, de enero a octubre de este año, hablan por sí solas: 330 camas, ocho salas de cirugía, 7.553 operaciones realizadas, 82 trasplantes renales, 158 hepáticos y 31 de corazón practicados, en fin, un millón de pacientes tratados cada año e incontables atendidos en los 37 de existencia de ese centro médico de cinco estrellas desarrollado vertiginosamente por el carisma y la bondad de Reinaldo…

¡Qué falta nos vas a hacer, querido Reinaldo!: a los niños, a los adultos, a los directivos, a los médicos y enfermeras de tu fundación, a tus amigos, a mí, a tus hermanos, a tu Huila, a Colombia, a tu esposa, Alina, y a tu hija, Alinita, el amor de tu vida…

Ahora, para recordarte y merecer el privilegio de haberte conocido y colaborado con tu sueño, no nos queda más que trabajar para lograr que él sobreviva, y levantar la copa para brindar por ti:

Colombianos, pongámonos de pie, brindemos todos ¡por ese corazón!

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¡Felicitaciones, Viviane Morales! Usted tiene la capacidad para hacer una gran Fiscalía, honesta, eficiente y firme, pero siempre respetuosa de los derechos humanos e impregnada con su toque amable de mujer…

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