El excanciller Julio Londoño, en reciente artículo publicado en Cambio, escribió: “es un hecho sin precedentes en “Suramérica”, como dice Trump, porque ya pasó con Cuba”: Venezuela ha sido rodeada por la Armada de los Estados Unidos, que ha recibido la orden de bloquear a los buques petroleros que entran y salen de sus costas, “hasta que nos devuelvan todo el petróleo, las tierras y otros activos que nos robaron previamente”, afirmando que se está utilizando ese petróleo para financiar el narcoterrorismo, la trata de personas, el asesinato y el secuestro”. Por favor, en ninguna parte se les ocurre decir que ese petróleo es una fuente legítima de obtención de divisas de Venezuela, o de cualquier país. Hace poco vimos cómo Estados Unidos detuvo un buque petrolero venezolano. Y ese gobierno, sin reato alguno, se embolsó el petróleo.
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Y también hemos visto cómo han bombardeado lanchas en el Caribe y en el Pacífico, aduciendo que se trata de lanchas que llevan droga, y han matado a sus tripulantes, sin siquiera decir cómo se llaman. Eso nadie lo ha probado. Pero, si así fuera, el derecho de las cosas es parar las lanchas en aguas internacionales, detener a los tripulantes, verificar su identidad y antecedentes y, luego sí, si es del caso, llevarlos presos, someterlos a juicio y condenarlos. Pero no. El señor Trump se siente con el derecho de hacer en este hemisferio lo que se le da la gana, de tratar a Europa a las patadas, de gobernar el mundo como si fuera su finca o su propiedad de Mar-A-Lago.
Mientras todo ello ocurre, el mundo parece impávido frente a semejantes abusos. Y Naciones Unidas y su Consejo de Seguridad ni abren la boca porque Estados Unidos tiene poder de veto y cualquier declaración o propuesta que sancione a ese país resulta ineficaz. Esa es la prueba de la crisis evidente del multilateralismo.
Por supuesto que detrás de todo eso está el robo descarado de las elecciones presidenciales en Venezuela por parte de Nicolás Maduro. Sin embargo, ese acto ilegítimo del venezolano no le da al presidente norteamericano el derecho de brincarse todas las normas y de delinquir a su antojo. Por otra parte, todo lo anterior demuestra la urgente necesidad que hay de encontrar una salida a la crisis venezolana. En ese caso, la comunidad internacional tiene mucho que hacer y países como Noruega pueden prestar una ayuda fundamental. Y también los presidentes Lula Da Silva y Petro tienen margen de acción. Ellos tal vez pueden convencer a Maduro de que negocie su salida y busque fórmulas para que se dé una transición del poder en Venezuela.
Las cosas no pueden seguir así. Tanto Trump como Maduro deben tener un ápice de inteligencia y hallar ya una solución negociada y pacífica, porque las consecuencias de una invasión norteamericana en territorio venezolano serían nefastas no solo para ese país, sino también para sus vecinos, especialmente para Colombia.
Nota: ¡Feliz Navidad! Ojalá el 2026 les traiga salud, alegría, prosperidad y paz. El primer semestre será difícil: quiera Dios que la campaña electoral no instituya el insulto como método. Ojalá se desarrolle la posibilidad de llegar a acuerdos mínimos y ojalá también no se desborde el lenguaje hasta el punto de que la estigmatización, tan generadora de violencia, se convierta en el arma principal de los contradictores.
¡Feliz año para ustedes!
Esta columna reaparecerá el 16 de enero.
@patricialarasa