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Sepultando la venganza

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Patricia Lara Salive
06 de noviembre de 2009 - 04:47 a. m.
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HOY, CUANDO SE CUMPLEN 24 AÑOS del holocausto del Palacio de Justicia, vale la pena comentar la reconciliación que acaba de darse entre el hijo de Pablo Escobar y los hijos de Luis Carlos Galán y Rodrigo Lara, ambos asesinados por orden del capo, al igual que el perdón y el olvido manifestados por el ex dirigente del M-19, hoy gobernador de Nariño, Antonio Navarro, y por el ex ministro de Gobierno Jaime Castro, quienes a mediados de los ochenta se salvaron de milagro de morir en sendos atentados: el uno perpetrado, según Navarro, por miembros de las Fuerzas de Seguridad del Estado, y el otro por el M-19, probablemente en represalia por el ataque contra Navarro. Miremos sus ejemplos:

“Cuando asesinaron a mi papá sentí una rabia muy fuerte, (…) tanto, que cuando mataron a Pablo Escobar alcancé a sentir cierto descanso. (Pero) sentarme con el hijo de Escobar me permitió darme cuenta de que ese odio no lo tengo por dentro”, le dijo a la revista Semana Carlos Fernando Galán.

Y Rodrigo Lara Restrepo quien, de ocho años, recibió en su casa a su padre moribundo y lo acompañó en el carro hasta la clínica donde murió, le manifestó a la revista que “los ciclos de violencia no se pueden repetir”. Por eso le pareció que “estrecharle la mano” al hijo de Escobar “era mandarle un mensaje de reconciliación al país”.

Y Jaime Castro, quien le explicó a la periodista María Isabel Rueda que siempre tuvo claro que su atentado había sido contra el Ministro de Gobierno y no contra él, declaró que nunca ha guardado resentimientos contra Navarro ni contra ninguno de la cúpula del M-19.

Y Navarro, quien con el bombazo perdió su pierna y su buena dicción, le dijo a la periodista que no obstante que conoce los nombres de los oficiales que ordenaron asesinarlo, así como el del que le lanzó la granada y el de quien mató a su jefe, Álvaro Fayad (según Navarro esa persona es hoy un general retirado de la Policía), nunca dará a conocer sus identidades, pues no puede seguir echándosele sal a las heridas. Y agregó: “Queremos de una vez por todas que todo eso quede en el pasado, que nos reconciliemos, para que no crezcan los hijos con el deseo de vengar la muerte de su papá”.

Sí, debemos enterrar ese pasado, para que los hijos de las víctimas no acaben contagiándose de la obsesión de otro hijo de víctima, el presidente Uribe, quien, como se los dijo a estudiantes de Harvard, se debate en la encrucijada de optar por no reelegirse para que no digan que busca perpetuarse en el poder, o de reelegirse para que no se repitan las condiciones que permitieron que mataran a su padre.

Sí, debemos lograr que todos esos resentimientos queden atrás, y no que se revivan unos, como le ocurre a Uribe cuando tilda de terroristas a Navarro, y a Gustavo Petro, y a León Valencia. En cambio, y gracias a Dios, perdona a otros (Carlos Franco, Évert Bustamante, Rosemberg Pabón, también ex miembros del mismo M-19). ¡Lástima que los perdone por el simple hecho de que los convenció de que fueran sus funcionarios y estuvieran a su servicio!

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Recomiendo el Cachacario, de Alberto Borda Carranza, un músico con sangre de poeta. Es un simpático diccionario de 1.173 bogotanismos (pendiolo, cosiánfira, cafre, etc.) que Borda acaba de reeditar con el apoyo de Cafesalud. En él revela su conocimiento del tema y su gracia de cachaco de pura cepa.

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