![“[Petro] no es capaz de amar a nadie, no obstante que no hace más que hablar de la política del amor”: Patricia Lara Salive](https://www.elespectador.com/resizer/v2/2OE7ABUI5RH7PE4K7EUEY232CI.jpg?auth=8250947766c0d5027586861c7c74e3586fce7e2cb7971b54c6f7fabe33ee7160&width=920&height=613&smart=true&quality=60)
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Se ha dicho de todo a propósito del reality en que se convirtió la transmisión del pasado consejo de ministros. Pero tal vez no se ha hablado de dos temas: ¿qué significa que haya habido una rotación tan alta en los ministerios? ¿y que, en lugar de que a estas alturas haya habido solo 19 ministros, uno por cartera, o un poco más, que hayan desarrollado un programa coherente y lleven su ejecución a mitad de camino, en dos años y cuatro meses el presidente haya hecho casi 50 cambios de ministros, siempre con el argumento de que sus no han servido? ¿Y qué significa que, en público, tanto en los consejos de ministros como en sus trinos, el presidente maltrate a los ministros y demás funcionarios, especialmente a sus amigos más cercanos?
Solo hay dos respuestas a esas preguntas: la primera, que el presidente es un pésimo líder porque cuando se repite con tanta frecuencia la historia de que Fulano se va porque no sirve, el que no sirve es el jefe. Y la segunda, que la lealtad no es un atributo del presidente, salvo en casos que todavía no alcanzamos a comprender, como el de Armando Benedetti.
Que exista un buen liderazgo es una condición indispensable para que las empresas y las instituciones funcionen. Un buen líder escucha a sus colaboradores, dialoga regularmente con ellos, acuerda con su equipo derroteros y metas, descubre cuáles son las virtudes de su gente y las estimula. En fin, un buen líder es el que acompaña a su equipo y lo hace crecer. Un líder no puede ser inaccesible para sus colaboradores o imponerles barreras infranqueables; un buen líder no es alguien que, sin mayor planeación, anuncie promesas que no sabe si se puede cumplir y, después, regañe a sus ministros porque no las cumplieron; un buen líder no deja esperando horas a sus funcionarios y les hace perder un tiempo precioso; un buen líder no genera incertidumbre sino, por el contrario, crea certezas; un buen líder no es un presidente que le haga sentir a la gente que el país va a la deriva.
Y la otra condición fundamental para que, más que el gobierno, la vida funcione, es que se practique la lealtad. La forma como el presidente Petro trató a su compañero y amigo de toda una vida, Jorge Rojas, no tiene perdón. El trino que publicó, después de que acordaron en buenos términos su retiro de la dirección del DAPRE, donde no alcanzó a durar una semana, revela que el líder no es capaz de amar a nadie, no obstante que no hace más que hablar de la política del amor.
Jorge Rojas ha acompañado a Petro desde hace muchos años. Trabajó con él en la alcaldía donde fue su secretario privado, secretario de gobierno encargado y secretario de integración social. Fue su embajador en Bélgica, Vicecanciller y director del DAPRE. Y sigue acompañándolo, no obstante el trino desobligante que le dirigió y el maltrato que recibió de su parte (“el que puse de director del Dapre (…) comenzó a decir que el jefe de Despacho es el jefe de los ministros y levantó mucha indignidad (sic) y por poco acaba con el Gobierno, como quiere la extrema derecha”).
Ante semejante despropósito, tan mal escrito, además, Rojas contestó: “Tenemos que pensar hacia adelante. Apoyar al Gobierno e instar a la unidad de todos los funcionarios alrededor del presidente Gustavo Petro”.
Qué bueno sería que este triste episodio ocurrido con Jorge Rojas sirviera para que, por lo menos, el presidente aprendiera de él, aunque fuera un poco, qué significa la palabra lealtad.
