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Todo parece indicar que para triunfar en el mundo moderno se requiere no tener empatía. De un tiempo para acá, la empatía es percibida como una “debilidad”, como un defecto. En una entrevista reciente en un podcast, el reportero Ronan Farrow decía que los nuevos líderes del mundo, no solo en la política sino en el mundo empresarial, perciben que la empatía “debería pasar de moda”, que lo que se admira hoy en día es ser fuerte, autoritario y efectivo: lograr los resultados, incluso pasando por encima de los demás. No logro entender cómo se diferencia eso de la definición clásica de un psicópata, que es una persona con un trastorno de personalidad que se caracteriza precisamente por la falta de empatía, de remordimiento, de culpa.
¿No sienten ustedes que estamos en manos de líderes con rasgos psicópatas? Si les menciono unas pocas características de este trastorno, verán que se asemejan peligrosamente a varios presidentes en el continente americano, a varios líderes europeos, y a varios magnates: egocentrismo, impulsividad, tendencia a la mentira. Según Patrick et al. (2009), la psicopatía se compone de tres rasgos: atrevimiento, desinhibición, y mezquindad.
Los psicópatas tienen la habilidad de empatizar, pero la “activan” a voluntad y no es una empatía emocional. Es decir, el sufrimiento de los demás no les genera malestar. Claramente, son narcisistas, motivo por el cual las redes sociales y la obsesión con su figura les genera pasión. Es común que muestren conductas antisociales, como violencia de género. Son impulsivos y no reflexivos, característica fatal para los gobernantes; toman decisiones a las 3 a.m. y las comunican a través de una red social, y al día siguiente sus asesores deben salir corriendo a corregir toda clase de burradas. Tienen alta tolerancia al riesgo, ¡imagínense! Y pensar que son los que tienen acceso a las armas nucleares, los ejércitos, los cohetes, son los dueños de las redes sociales…
¿De qué otra manera se podría explicar la conducta de unos líderes mundiales que observan impávidos los cientos de niños con hambre, los inmigrantes encadenados por el simple hecho de no tener unos papeles, los presos en las cárceles de El Salvador? ¿Y qué decir de la manera como lanzan mentiras descaradamente, para que en medio de la confusión de las redes sociales pasen desapercibidas y les generen simpatías de sus polarizados votantes? Ya no les importa no sólo la gente humilde, los pobres, los refugiados, los marginales, sino que tampoco les preocupa destruir el planeta y la naturaleza. Es grave.
Afortunadamente no todo está perdido. En días pasados sentí de nuevo ilusión cuando leí el libro de Jacinda Ardern, quien fuera la primera ministra más joven del mundo, en Nueva Zelanda. Vean ustedes sus palabras: “espero dejar la creencia de que puedes ser amable pero fuerte, empático pero decisivo”. Fue un ícono de la política mundial. Enfrentó volcanes, pandemias, un parto en plena gestión, ataques terroristas, un congreso hostil compuesto por políticos tradicionales, que vieron aterrados cuando apareció con su bebé recién nacido en las sesiones del parlamento. Esta mujer maravillosa insistió en que para gobernar se requería empatía y que nunca deberíamos ser indiferentes ante el sufrimiento de los demás.
Colombia se acerca a un momento crucial en 2026. Necesitamos reconciliarnos, cuidar el Amazonas, disminuir la inequidad, restablecer el sistema de salud, y tantos objetivos más que requerirán un líder integral. Por favor, intentemos tener un líder que –además de ser competente–, al menos sea empático.
