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En el reciente documental de Netflix sobre Bill Gates (¿Y ahora qué?), se ve un fenómeno preocupante: las personas que apoyan las decisiones basadas en ciencia están recibiendo múltiples ataques por parte de fanáticos que dicen “no creer en eso”. Un capítulo entero se dedica a los ataques que Gates ha recibido desde la pandemia, todos tan ridículos y superficiales que resultan difíciles de creer. Desde teorías conspirativas sobre la implantación de chips en las vacunas, hasta ideas con personajes reptilianos. De no creer.
Una de las explicaciones que Gates le da al fenómeno es que las redes son lo que en los años 80 era el patio de recreo del colegio, donde los alumnos se molestaban, se burlaban, incluso peleaban, pero todo quedaba contenido en ese espacio, e incluso se llegaba a acuerdos. En el fondo, todas las personas queremos socializar y estar bien con los que nos rodean. Se pedía perdón, se olvidaba, y no necesariamente todo el barrio o toda la ciudad o todo el mundo se enteraba. Pero las redes sociales presentan varios problemas prácticos: uno, que amplifican el matoneo a niveles insospechados. Dos, los que matonean no están cara a cara con su víctima, ni pueden sentir su sufrimiento, ni ver los efectos emocionales que este matoneo le causa. Tres, que se ha perdido la posibilidad de debatir con argumentos y sustento racional sobre los temas que hoy en día nos atañen como humanos. Por eso todos los problemas con la posverdad, las opiniones (infundadas pero populares) sobre las vacunas y sobre las enfermedades. De hecho, Gates menciona que nada le gustaría más que su algoritmo le mostrara opiniones contrarias a las suyas para poder debatirlas y controvertirlas, obviamente sin los insultos y la grosería propias de las redes.
Si a eso agregamos que nuestras relaciones sociales están hoy en manos de un algoritmo, pues imagínense ustedes las consecuencias. Y lo peor: detrás de esas empresas y de esos algoritmos están unos adolescentes billonarios que no han terminado de madurar, y que hoy controlan el mundo. Somos todos, en el fondo, fichas de Meta. Recomiendo la lectura del libro Careless People, de Sarah Wynn-Williams, quien fuera empleada de esta empresa hasta llegar a ser directora de políticas globales. Como dice el New York Times, “Careless Peoplees un libro lóbregamente divertido y genuinamente impactante: un retrato sombrío y detallado de una de las empresas más poderosas del mundo”. La autora fue testigo, en los años que estuvo en la compañía, de los mensajes de desinformación de la red, el conocimiento que tenían sobre los perjuicios que se estaban causando a los adolescentes de todo el mundo, las reacciones en masa a sus publicaciones falsas, poniendo en peligro la democracia en varios países del mundo, y todo orquestado por una persona de 25 años, con ansias de poder y adulación, cada vez más rico y prepotente. Despertemos: estamos en manos de Zuckerberg y otros similares. No veo tan fácil el prescindir de las redes sociales hoy en día, dado que para todos es fácil tener el mundo en nuestras manos en un celular, pero tampoco abandono el deseo (quizás iluso) de que logremos regular los contenidos falsos y las ofensas. Pero la cosa no pinta bien, dado que ya incluso eliminaron las secciones de fact checking de esas empresas: ya no es importante la verdad, ni los hechos, ni la ciencia. Solo las creencias, las pasiones, las emociones y los ataques. Sombrío panorama.
