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Fue Richard Nixon el primer político, en el siglo XX, en popularizar el término “una mayoría silenciosa” al momento de hacer un llamado a los norteamericanos que no se expresaban en las marchas “anti vietnam” que inundaban las calles en protestas contra las decisiones de varios gobiernos quienes enviaron tropas hasta ese punto geográfico de Asia. “En esta noche—a ustedes, la gran mayoría silenciosa de mis compatriotas estadounidenses—les pido su apoyo”, solía repetir el presidente número treinta y siete de la unión americana. Nixon pidió reiteradamente el apoyo de “la mayoría silenciosa” de sus conciudadanos, en contra de las multitudes que pedían, en marchas callejeras, el regreso a suelo estadounidense de las tropas. Al no ser cuantificable esa “mayoría”, el término es utilizado desde presidentes demócratas con “el agua al cuello” en materia de aceptación popular, hasta por dictadores de todo pelambre, quienes abusan de la figura para tratar de dejar la percepción de que quienes no hacen “democracia callejera”, son muchos más y están de su lado.
Lo cierto es que en una época donde hay más población participando en las elecciones, la aprobación de un Gobierno no se hace midiendo asistencia en las plazas públicas donde convocan sus apoyos los candidatos o mandatarios en trance electoral. Por eso la figura de recurrir a una amplia colectividad que no se expresa físicamente en las vías de las ciudades, tiene una fecha fatal: el día de las elecciones. En 2022 fue la primera vez en la historia republicana de nuestro país que la definición presidencial tuvo dos candidatos por fuera del establecimiento político tradicional, además de ser dos versiones distintas de populismo. Fue recurrente que, en las discusiones públicas y privadas frente a la disyuntiva Petro o Hernández, muchos colombianos, de todas las vertientes ideológicas, prefirieron guardar su decisión electoral para hacerla evidente en el receptáculo de la urna de votación y contra su propia consciencia: la “mayoría silenciosa” decidió esa contienda. No hubo opciones.
Pero hay otra mayoría: la que comienza a cansarse. La fatiga frente a tanto anuncio incumplido. Tanto cambio ministerial. Tantas afugias económicas reales, la del metro cuadrado de cada colombiano, no la de los macrodatos económicos que en muchos casaos no son ni obra ni función del Gobierno. La de quienes ven con asombro frases descompuestas del mandatario de turno, la de quienes no comprenden nombramientos tercos del presidente, con el único ánimo de crispar a la sociedad que no comprende muchas de esas designaciones. La de un mandatario pendenciero en la región. Esa masa amorfa de colombianos esta exhausta. Se nota la ansiedad en las crispadas discusiones en familias, oficinas, espacios públicos o en las apabullantes redes sociales.
No en vano en la actualidad se dice que es, cuando menos impresentable, tener cerca de setenta candidatos en la precampaña electoral para llegar a la Casa de Nariño. Eso unido a la necia y terca, pero evidente forma como el mandatario de manera vedada pero estratégica, se empeña en aumentar la crispación entre los colombianos con cada trino que envía o en cada alocución, que también busca acalambrarlos por su recurrente manía a interrumpir los pocos momentos de esparcimiento que tienen la gran mayoría de colombianos y rellenar horas de programación con frases inconclusas. De tanto abuso mediático, los colombianos ya aprendieron a “cancelarlo” en cada enlace televisivo. Si bien lo oyen cada vez menos, lo cierto es que logra “emberracarlos”.
Con la ausencia de encuestas de opinión, por una ley absurda y oportunista, los colombianos nos adentramos hacia unas elecciones “por instrumentos”, como dicen los pilotos aéreos cuando no tienen apoyo externo, y podemos estar siendo avasallados por un Gobierno que pretende descubrirle el velo a la “mayoría silenciosa” y para ello busca electrizar a una “mayoría exhausta”.
