Todos los gobiernos demócratas en el poder son convalidados o rechazados en las urnas. La forma de hacer una revisión de cómo se comportan o concluyen los gobiernos se mide cada determinado tiempo en las urnas. Esa es la realpolitik. Las especulaciones y los análisis son albures que se los lleva el viento o la nube. El verdadero juicio a una opción política en ejercicio o en trance de ser poder lo da el resultado mayoritario marcado en los tarjetones. Por eso es tan necesario que esas votaciones se hagan de manera libre y segura. Un fusil o un ataque cibernético hacen inviable la legitimidad de una democracia. Ejemplos de esas presiones se están viviendo en el país en zonas donde alcaldes en ejercicio o los potenciales burgomaestres son alejados con amenazas o atentados, cuando deberían reinar la calma y la emoción exclusiva de las campañas políticas.
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Poco favor le hacen los últimos acontecimientos en el Cauca a una población atemorizada que escasamente podrá sacar sus cosas para tratar de salir a vivir como pueda y, en esos momentos, la última de sus preocupaciones es votar.
En cuanto a la seguridad del ciberespacio, deja mucho que desear la poca capacidad de reacción con la que actuaron las autoridades y los contratistas al contextualizar lo que ocurrió la semana pasada y esta que termina, luego de una calculada y estratégica acción de delincuentes que seguramente prepararon con varios meses de antelación, para con sus perversas e imaginativas manos lograr aterrorizar a ahorradores, pacientes, burócratas, jueces, empresarios y muchos sectores que viven en carne propia las consecuencias de este tipo de amenazas modernas. Ya es bien conocido lo que pueden incidir bots y noticias falsas esparcidas en las redes con la intención non sancta de cambiar percepciones o volver irreal la democracia. Además de lo que, en anteriores jornadas, han intentado hacer los hackers con nuestro sistema electoral.
Otro aspecto que preocupa a los votantes es la influencia real o velada del aparato estatal colombiano. No es novedad encontrar a gobernadores o alcaldes pujando por sus candidatos para quedarse con la silla departamental o municipal. Es por todos sabido que en las manos de esas nuevas autoridades electas estará en juego el futuro legislativo de muchos senadores y representantes que desean llegar al Capitolio Nacional en 2026. Los que definen las listas no son los directorios de los partidos en las casonas del barrio La Soledad en la fría Bogotá, pues el verdadero poder congresional reside en los gobernantes locales y departamentales. Pero como si esta injerencia fuera poca, está la novedosa postura del Gobierno Nacional, que pretende sacar a sus electrizantes partidarios el próximo 27 de septiembre para luego congregar, al menos en la capital del país, a todo el gabinete ministerial en tres o cuatro localidades de la ciudad para hacer consejos de gobierno en esas zonas, el 28 y el 29 de septiembre. Dicen que no es una actuación política, pero es difícil creer que el motivo sea socializar el Plan Nacional de Desarrollo. Si esa fuera la sincera intención, ¿por qué no esperan a hacerlo con los nuevos funcionarios que ganen las elecciones en menos de mes y medio?
Otro elemento que fustiga la libre evolución de la democracia son las amenazas continuas a los medios regionales de comunicación que quieren hacer periodismo desinteresado. Muchas emisoras han tenido que callarse porque amedrentan a sus comunicadores o atentan físicamente contra sus instalaciones. Condenable este tipo de actuaciones, cuando de lo que se trata es de que la prensa sea el contrapoder. Votar no es lo único que nos hace demócratas, pero es el pilar que ejemplifica y nos permite adentrarnos en una sociedad donde evitemos el autoritarismo de quienes descreen de este sistema político que tanto nos ha costado a los colombianos y poder algún día salir de la era de la democracia confusa.
@pedroviverost