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“Tras aquella votación, los comunistas pensaron que podrían hacer lo que Mussolini y Hitler habían logrado antes: hacerse con el poder por medios democráticos para luego matar la democracia”, así advierte la Exsecretaria de Estado de los Estados Unidos, Madeleine Albright, en su último libro Fascismo. Esta mención hace referencia a las elecciones en su natal Checoslovaquia en la posguerra en 1946. Hoy nos cae como anillo al dedo, cuando de comicios se trata en la Venezuela de Nicolás Maduro. Llegaron al poder para marchitar la forma de pensar libre y el valor que tienen las votaciones.
Hugo Chávez participó en decenas de elecciones, perdió una. Siempre reconoció resultados, pero tenía la maquina del Estado de su lado y un precio del petróleo que desbordó los 100 dólares. Claro, poseía un imán en su discurso donde logró conectar anhelos, muchos fantasiosos, de una sociedad acostumbrada a la riqueza que el excoronel prometía para todos los venezolanos, sin excepción. Lo único que logró fue meter en los debates públicos como eje temático a la pobreza porque los millones de ciudadanos que conforman la diáspora venezolana, no se fueron por el cumplimiento de disminuirla: el 80% de la población del vecino país vive en pobreza extrema. Fueron palabras motoras en la boca de un político outsider que después de muerto sigue hablando por medio de Diosdado Cabello quien dijo hace poco: “El que no vote, no come”. El discurso quedó en manos de un pésimo intérprete.
El sentido de celebrar una convocatoria electoral es plasmar la real impresión democrática de una nación. Es una etapa más del imperecedero proceso libre que ejerce un país con garantías para sus habitantes y con una clara independencia de sus poderes. Lo que quedó claro en la cita electoral de este 6 de diciembre por parte del chavismo fue llevar timoratos a las urnas que de forma pomposa quieren engañar al mundo bajo la premisa de legitimar un régimen donde se desconoce a la oposición, la libre empresa, la libertad de opinar, la apertura ideológica, la ley, el Covid-19 y un largo etcétera de barreras donde la más fehaciente fue la carpa circense que representó la creación de una Asamblea Nacional Constituyente que nació como un mundo paralelo para desconocer la victoria de la oposición en épocas decembrinas de 2015. De este engendro no queda ni un solo proyecto. Sus más de 500 miembros asistieron exclusivamente para vilipendiar y deslegitimar la verdadera expresión de un pueblo que se cansó de 20 años de chavismo. Es decir, una constituyente que nació para matar la democracia.
Los últimos 5 años las actuaciones de las instituciones “maduristas” han hecho su trabajo: aumentaron el número de integrantes del Tribunal Supremo de Justicia que le quitó validez a los partidos opositores mayoritarios en el poder legislativo. Han cambiado el día de las elecciones como quien se cambia de calzones. Hubo incendio de computadores en el Tribunal Electoral que gobiernan Maduro y su combo. Desde Miraflores amenazan con activar a los militares para que, con la disculpa de la bioseguridad, vayan casa por casa a sacar a los moradores a votar. El Fiscal General, designado por la teatral Constituyente, ha catalogado a los partidos políticos no adeptos al actual mandatario como organizaciones terroristas. Detenciones arbitrarias. Ataques a sedes de campañas opositoras. Es decir, una campaña que nació para matar la democracia.
Como en 2015 se desconocieron los válidos y democráticos resultados de las elecciones, los sectores víctimas de toda suerte de desafueros convocaron una consulta para después de las elecciones parlamentarias venezolanas del domingo que acaba de pasar. Son tres preguntas: ¿Están de acuerdo con el régimen de Maduro?, ¿realizar elecciones libres? y la última hacer un llamado al mundo para rescatar la democracia y atender la crisis humanitaria. Es decir, no dejar matar la democracia.
