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Según los últimos sondeos de opinión que miden el clima social, económico y político del país, el sector que aglutina las ideas del presidente Gustavo Petro se mantienen entre veinticinco y treinta por ciento. La evaluación de cada uno de los aspectos que le preocupan a los colombianos tiene el respaldo en esas proporciones entre los encuestados. En otras palabras, el voto duro del petrismo se mantiene electrizando a sus seguidores y se traduce en su respaldo a la acción del Gobierno que preside su líder. De seguir así, este sector político podrá tener una lista cerrada y votada en menor proporción que en 2022, pero con unas curules importantes para tener un desempeño, en tono menor, comparado con hace dos años pero que en el desarrollo de una campaña electoral de 2026 tiene mucho de donde ampliarse... o ahogarse.
Ampliarse si logran mejorar el desempeño del Gobierno en 2025 e impactar en los sectores periféricos del país, donde se sigue registrando el mayor soporte del petrismo. Si el presidente Petro (y aquí viene un NO hecho del 2025) se olvida de su apego ideologizado y logra sacar su cara de gobernante, hasta ahora desconocida, para buscar ser percibido como alguien que conduce a Colombia hacia un determinado lugar favorable para los menos favorecidos, como lo alimenta en su discurso de forma permanente, seguro que podría recuperarse y alcanzar otros niveles entre sus defraudados votantes que con un cincuenta y uno por ciento lo llevaron al poder. En política veinticuatro horas son una eternidad, todavía más hoy cuando la humanidad actual vive estresada porque tiene entre sus manos el pasado, el presente y el futuro en forma de celular inteligente; por eso, cualquier “timonazo presidencial” puede recuperar las cargas, sobre todo ante una desilusionada fanaticada petrista.
Ahogarse si la retórica del gobernante sigue siendo preponderante frente a la gestión del gobierno. Sumado al hecho evidente de que Petro no estará en el tarjetón en las elecciones y no se ve un aspirante de ese sector con el carisma capaz de amalgamar una izquierda con potencia; dos elementos que pueden abrir o cerrar caminos del petrismo. Su futuro está en manos exclusivamente de la Casa de Nariño que hasta este fin de año no ha tenido el mejor desempeño como para convertirse en alternativa viable. Al presidente le queda mucho verbo que en su esencia es bien recibido por los temas preponderantemente actuales que encarna el cruce de una sociedad colombiana que se resiste a terminar su proceso histórico y otra que no se conoce en toda su dimensión porque no acaba de nacer.
Otro NO hecho del 2025 es la forma apresurada como los intérpretes de una mayoría ansiosa que no está de acuerdo con el manejo del país y que no ve en el mediano plazo quién pueda aglutinar más del sesenta por ciento de insatisfacción política, pretende organizarse. En las democracias y en política electoral nunca dos más dos es cuatro. Ilusionarse con un atomizado espectro y pensar por un minuto que la unión se hace por medio de una colecta de empresarios o de unas encuestas hechas por ellos mismos basadas en su simple y puro deseo, o en la unificación de partidos tradicionales en desuso o en antipetrismo, antiuribismo o antisantismo es, cuando menos, ser ingenuo en reinterpretar el poder de una ciudadanía que de pronto no le gusta el piloto, pero sí está de acuerdo con su carta de navegación.
El hecho de que Colombia pase por dos años de mal gobierno no significa que los reales problemas del país se difuminen bajo la supuesta magia de volver al pasado de la mano de la ilusión de candidatos esencialmente agrupados para derrotar por derrotar a los inquilinos del palacio de Nariño. De ser este el objetivo, otro NO hecho del 2025 sería agrupar esa mayoría eventualmente ganadora del poder en el 2026, pero que en la navidad de ese mismo año tendría de nuevo una periferia organizada enarbolando la bandera de un “cambio repotenciado”.