Colombia y Venezuela no son países, son hermanos siameses. Lo que le duela a uno tiene implicaciones en el otro y siempre van a tener un vínculo que los tendrá atados a su propia suerte. Son naciones separadas por una frontera física que, por no haber sabido manejarla como una línea límite en lo territorial, se convirtió en un trofeo político y militar. No solo fue con Santander y Páez, ni López y Pérez, o Barco y Herrera o Uribe y Chávez o Duque y Maduro, fue el extremismo ideológico que no supo contener una relación que se debe manejar en dos sentidos: entre Estados y con diplomacia.
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