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@pedroviverost
Desde la conversación que provocaron unos impúberes estudiantes por medio de la conocida séptima papeleta que provocó la convocatoria de la Asamblea Nacional Constituyente de 1991 para expedir una nueva constitución política, los líderes políticos o dirigentes principales, léase los expresidentes de Colombia, no se hablan entre ellos salvo para provocarse o recurrir a sus consabidas y explosivas declaraciones. Es cierto que la democracia nació para no estar de acuerdo, pero de tiempo en tiempo bien vale la pena un reposo en la lucha, para lograr consensos y luego seguir con el desacuerdo. Colombia tuvo, aparte del pacto de 1991, dos eventos donde lo impensable ocurrió: enconados rivales conversaron.
Un joven periodista decidió ingresar a la política. Fue el primer presidente liberal de la Cámara de Representantes después de 40 años de hegemonía conservadora. Alberto Lleras Camargo, con el respaldo de Enrique Olaya Herrera primer presidente del liberalismo después de cuatro décadas, fue uno de los políticos que motivó la llamada Concertación Nacional donde se aliaron liberales y conservadores, permitiendo la llegada al poder de Alfonso López Pumarejo en 1934. Este compromiso político le permitió al país encontrar un oasis entre la pugnacidad de rojos y azules, para la llegada de nuevos vientos en materia ideológica y de desarrollo para Colombia. Lleras Camargo fue eje central de la conversación entre caballeros del poder, desde ese primer acuerdo en 1930.
El otro evento donde Lleras Camargo expondría lo mejor de su talante conciliador ocurrió cuando aceptó la invitación de Laureano Gómez para terminar con la violencia desatada después del asesinato de Jorge Eliécer Gaitán, el cierre del Congreso de Ospina Pérez en 1949 y el asesinato del candidato liberal Vicente Echandía, a quien mataron luego de confundirlo con su familiar y líder del liberalismo Darío Echandía. Esa época de confrontación llevó a la no participación del Partido Liberal en las elecciones presidenciales y parlamentarias de 1950. La solitaria victoria de Laureano Gómez fue el prólogo de una presidencia débil. En 1953, Colombia tuvo, en un solo día, tres presidentes: Laureano Gómez, su delegado a la presidencia por enfermedad Roberto Urdaneta y al finalizar la tarde el General Gustavo Rojas Pinilla. Esa escena permitía pensar que nunca habría acercamiento entre los “godos” y “los cachiporros”, pero estaba Alberto Lleras Camargo.
Con su participación se logró sacar del poder de forma inteligente al dictador Rojas Pinilla, quien quería convocar una Constituyente corporativista para alargar su presencia en el poder. Las virtudes de Lleras Camargo se deben medir en la terminación del mandato de Rojas con una estrategia de desgaste ante la opinión pública de ese régimen y el aterrizaje tranquilo hacia la nueva era para el país, conocida como el Frente Nacional. Para muchos, visto desde hoy, esa solución política pudo ser cínica por parte de los líderes, pero la realidad es que el país logró la paz política para ese capítulo de la historia del país. Igual al consenso de 1991.
Estos tiempos de desacuerdos profundos y divisiones “eficientes” permiten que uno u otro bando político, de cuando en cuando, saque provecho de las desavenencias de los poderosos, quienes desde 1994 evitan esa conversada. Bien es conocida la ruptura entre Pastrana y Samper. La de Gaviria con Samper. La de Samper con Duque. La de Duque con Samper. La de Uribe con Gaviria. La del Centro Democrático con Duque. La de Santos con Duque. La de Pastrana con Santos y la de más compleja de todas: la de Uribe con Santos. Hoy no tenemos un Lleras Camargo, se necesita a alguien más de nuestro momento. Menos poderoso. Sin ambiciones electorales. No expresidente, para evitar refriegas de poder y egos. Que tenga charreteras y puentes con todos los poderosos en combate. De pronto Humberto de la Calle se anima y logre lo impensable: que hablen de nuevo los expresidentes.
