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Gustavo Petro ha sido (¿o fue?) el único presidente de Colombia que tuvo todo para hacer una buena gestión durante su mandato y prefirió dilapidarlo. A menos de un año y tres meses de entregar el poder, y con el desgaste consuetudinario que acusan unas elecciones en las espaldas de todo gris gobernante, la posibilidad de pasar a la historia como el gestor de una izquierda viable parecieran esfumarse. Prefirió el tono ideologizado de quien ve en todos los adversarios más enemigos que posibles socios de coalición. Encamina lo que queda de mandato a “salvar los muebles” de su sector político, enfocado en tratar de mantener los exitosos resultados de su sector parlamentario de hace cuatro años, si acaso, ser determinante en una posible segunda vuelta presidencial en 2026. Veamos por qué Petro ha sido (¿fue?) el único presidente que no tenía sembrado factores ajenos que hicieran desde el inicio de su gobierno un periodo ingobernable.
Desde Belisario Betancur, presidente conservador “open mind”, a quien le tocó bailar con: unos diálogos de paz con una guerrilla en gavilla que impidió concretar el sueño de paz de Betancur; la toma del Palacio de Justica por parte del grupo subversivo M-19; y la avalancha del Volcán del Ruiz que arrasó con Armero y sus más de veinte mil almas. Luego llegó el liberal-liberal Virgilio Barco, quien gobernó con “pulso firme y mano tendida” para enfrentar un escenario del narcoterrorismo, donde la mano tenebrosa y sicaria del Cartel de Medellín enfrentó sin contemplaciones. Asesinaron tres candidatos presidenciales, incluido Luis Carlos Galán. Dinamitaron sedes administrativas. Asesinaron policías. Un procurador General de la Nación. A Barco le tocó salvar, con unas menguadas fuerzas de seguridad, a Colombia de Pablo Escobar.
Llegó al poder César Gaviria, a quien le correspondió lidiar con la fuga de Pablo Escobar, un apagón inimaginable (ojalá no se repita ese episodio), enfrentar al Cartel de Cali y moverse para evitar que metieran goles en la Asamblea Nacional Constituyente. Después vino el tercer y último presidente que en nombre del Partido Liberal ganara la presidencia: Ernesto Samper Pizano. El tan conocido proceso 8.000 enmarcó lo que debió ser un mandato del “salto social” de corte socialdemócrata. Luego llegó el presidente, antes de Petro, con la imagen más baja entre los colombianos: Andrés Pastrana. Un gobierno endeudado desde la campaña con la antigua guerrilla de las FARC. Este cogobierno impidió que la paz pastranista llegara a feliz término.
Comenzando el siglo XXI emergió la figura política más predominante del presente siglo: Álvaro Uribe Vélez. Desde sus inicios tuvo el “inri” de las fuerzas llamadas paramilitares. Hubo incluso acusaciones fuertes con nexos que nunca se pudieron comprobar, pero que gravitan todavía su figura. La escena la complementan la primera y segunda presidencia de Juan Manuel Santos, que estuvo siempre enmarcado por la percepción de traicionar los postulados de Uribe y sus huestes; así como los costos que en un país como Colombia trae hacer una paz. Los errores plebiscitarios santistas llevaron al poder a Iván Duque. Este presidente tuvo que presidir una nación con dos fenómenos diferentes, pero que unidos fueron su “bomba atómica”: la pandemia y el estallido social.
Gustavo Petro, modelo 2022, nunca tuvo una atmósfera adversa en sus inicios. Se encontró con un escenario de “lo político” libre de barreras. Incluso la gaseosa oposición le facilitaba un buen gobierno. Nunca tuvo, repito, cuando llegó el siete de agosto, ataques o desmanes violentos estilo paro armado, secuestros o planes pistolas. Encontró, incluso, sectores que le ayudaron los primeros seis meses a bien gobernar. En conclusión, Gustavo Petro es (¿fue?) el único líder con aspiraciones presidenciales, en la Colombia reciente, que se sentó en la silla presidencial y solo tenía que implementar su plan de gobierno. Dudo que en lo que queda pueda desandar.
