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La campaña para ganar el poder en Colombia ya comenzó. Defino el poder en relación con hacer que las cosas pasen, no con sustentar simplemente el poder. La lucha democrática para alcanzar las instancias donde se definirá el rumbo del país para el periodo final de la segunda década del siglo XXI ya inició. Entre otras cosas, hay que repetir hasta la saciedad que no es solo la elección presidencial la que está en juego. También se debate la instancia más importante en una democracia: el Congreso de la República, la que se debate. En nuestro país desafortunadamente a esta institución parlamentaria la debilitamos entre los que elegimos Cámara, Senado y la pésima gestión congresional que muchos delegados para ese fin realizan.
Solo un dato: la gente percibe que el poder de los Estados Unidos reposa en las manos de quien esté sentado en Casa Blanca. Muy equivocados. La verdadera majestad y dominio pleno de esa nación recae en el Congreso norteamericano. Un ejemplo: ningún secretario de Estado (ministro) o embajador puede cumplir funciones sin antes pasar por el cedazo de las comisiones del Congreso gringo para que puedan posesionarse y cumplir con esos encargos. Y uno adicional, que podríamos experimentar en Colombia: mientras haya un debate en las comisiones del Congreso de los Estados Unidos, ningún funcionario de la rama ejecutiva (léase del Gobierno) puede estar a menos de 2 millas alrededor del capitolio mientras estén en sesiones. Independencia total de poderes, así ratifica el poder de esa célula estatal en ese país.
Pero volvamos a la apostilla de la campaña a la colombiana. Las encuestas tendrán un valor significativo mientras sepamos entender que son la fotografía de un instante que no logran capturar todas las incertidumbres finales de una fragorosa campaña como la que se viene; más aún en un mundo tan apresurado como el que nos entrega la tecnología, ya no solo de redes, sino de la amenazante y terrorífica inteligencia artificial. Además, siempre es bueno investigar quién hace las diferentes mediciones, ya que persistentemente no faltan embaucadores de ocasión que juegan a “vender humo” con números de otros.
Otro componente que hay que entrar a considerar para el 2026 es la tarea de los partidos políticos colombianos en el debate electoral próximo. Seguramente en las parlamentarias serán importantes, pero es bueno entender que hoy en las regiones el poder real no lo tienen los congresistas: los verdaderos caciques son los gobernadores, alcaldes y hasta concejales municipales, porque es de ahí de donde salen los apoyos por encima de las antiguas sedes políticas que circundaban todos los municipios del país. Por eso es necesario evaluar qué tipo de espacios políticos se están formando alrededor de los verdaderos dueños del poder local y, sin olvidar de plano la importancia de la figura partidista, entender hacia dónde se dirigen las nuevas fuerzas que buscan llegar al parlamento 2026.
Otro elemento que va a proliferar es la búsqueda permanente de querer enmarcar la campaña en la “simpleza” de hacer un análisis que reduzca todo a la tan mentada polarización entre los colombianos. Ojalá en estas elecciones, sobre todo en las presidenciales, dejemos la pereza mental al momento de diagnosticar bajo el criterio de que estamos polarizados. Démonos el gusto de arrancar la opinión mirando las múltiples aristas que nos deja la experiencia de más de ocho años de uribismo puro y duro, ocho de “uribe-santismo”, cuatro de “duquismo” y los frenéticos cuatro años del “petrismo”, para no errar después en las votaciones con una decisión tomada bajo la mirada de solo dos visiones de la problemática nacional.
Finalmente, les dejo una frase de un expresidente de la Unión Europea: “Sabemos lo que hay que hacer, pero no sabemos si nos van a reelegir si hacemos lo que hay que hacer”. La democracia necesita que seamos responsables, al menos al votar.
