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El Bolívar que conozco

Pedro Viveros

03 de enero de 2025 - 12:00 a. m.
"En las esferas de lo público, Bolívar puede tener todos los detractores del mundo, pero debo reconocer que siempre ha tenido dos cualidades: es transparente y una buena persona": Pedro Viveros.
Foto: Prosperidad Social

“Invitamos a líderes políticos de diversas orillas y a nuestros columnistas a reconocer algo valioso en aquellos con quienes usualmente están en desacuerdo e, incluso, en confrontación. (...) En la política se combaten ideas, no personas”. Editorial El Espectador (22-12-2024)

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Lo conocí en 1989. Éramos compañeros de carrera. Compartimos dos gustos de juventud: el futbol y la política. Él era galanista, de Luis Carlos, y yo un párvulo “liberal barquista” en la búsqueda de un líder que moldeara mi forma un poco incompleta de observar, por aquellas calendas, la sociedad. Nunca supe de qué equipo era hincha. Yo siempre fui, soy y seré del Deportivo Cali. Lo que sí recuerdo es nuestra enfermedad deportiva por la selección colombiana de fútbol que, con Rincón, Redín, Valderrrama, Iguarán, Leonel e Higuita buscaba volver a un mundial luego de 28 años de ausencia. El partido clasificatorio para el mundial a Italia 90 lo vimos en mi casa, junto con el equipo de fútbol de la universidad. Esa fue la última vez que como estudiante vería a Gustavo Bolívar.

La vida y sus segundas oportunidades nos permitieron volver a vernos en una campaña presidencial, no de Petro, y luego en un centro comercial, en medio de un tumulto de lectores, donde firmaba libros de su éxito conocido: Sin tetas no hay paraíso. Pasaba con mi familia y de la mitad de ese bullicio apareció la voz de Bolívar: “Qué hubo, Viveros”. Pasaron varios años para que recomenzara esa conversación. Lo seguía por los medios, pero como libretista, sueño que a propósito tuvo desde que éramos estudiantes. Siempre me pareció curioso que a los 20 años algún compañero supiera a ciencia cierta qué quería hacer de la vida. Bolívar quería escribir libretos y el segundo cometido que anhelaba, en sus propias palabras, era “acabar con todos los corruptos del país”. Hoy, a finales de 2024, cumplió con creces lo primero.

Algunos años después lo reencontré a través de las imágenes que transmitía de la campaña de Petro. Hablamos varias veces durante esa época. Luego como senador y ahora en su calidad de director de Prosperidad Social. En todas las esferas de lo público, Bolívar puede tener todos los detractores del mundo, incluido quien esto escribe, ya que no comparto su petrismo, pero debo reconocer que siempre ha tenido dos cualidades: es transparente y una buena persona. Nunca acompañé electoralmente sus aspiraciones, ni las de los petristas. Lo que sí nos une es un afecto personal y una lucha compartida porque haya más espacio político para los colombianos en nuestra democracia.

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El campo del activismo político me es lejano. Vengo de una escuela de quienes participan en la vida política de Colombia como partidarios de una determinada opción democrática. Esa palabra me ha permitido apoyar o disentir de las opciones partidarias a las que he visto pasar desde mi primer voto en 1986. El accionar sin revisión de los activistas que hoy circundan la política que van desde el propio presidente de la república de Colombia y pasa por los millares de seguidores fanáticos irreflexivos de su proyecto político, hasta los de Donald Trump o el propio Bolívar, que de forma terca entienden que el poder se gana bajo la táctica de hacer una campaña permanente donde no importa lo que se diga ya que el objetivo principal radica en enviar mensajes que sean compartidos por sus seguidores y contestados por sus opositores, de esa forma copan el espacio de la discusión y no dejan que la reflexión, mi idea de la política, cale en medio de ese “tiroteo de trinos”. Esa forma de hacer política me separa de Bolívar.

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Tampoco comparto el diagnóstico de un país polarizado y que Bolívar y sus huestes sea uno de esos dos polos. Yo entiendo la política como una democracia indeterminada. Una nación que tiene “media docena de violencias” en su historia. Una pobreza desbordada. Un desempleo indomable por la inmensa informalidad. Inseguridad rampante. Un narcotráfico incontrolado. Unas clases aspiracionales insatisfechas. Corrupción exponencial. Un vecino como Venezuela, ilegítimo en materia electoral, junto a un gobierno incompetente. Es, cuando menos, innecesario atribuir estos múltiples problemas a la simple visión de dos bandos.

Si la vida nacional es confusa, las soluciones no pueden venir del dictamen social, económico y político de solo dos actores nacionales. Colombia falla si sigue creyendo que el verdadero problema radica en la polarización. No lo comparto. Me parece más bien que es la forma eficaz de poner un rival de turno para llenar el cuadrilátero de las próximas elecciones del país y dejarnos sin opciones a quienes observamos la actual coyuntura con más aristas. En eso Bolívar recobra inteligencia en materia de estratega político, pero deja de lado lo que le ocurrió en la última campaña por la Alcaldía de Bogotá: su opción fue molida por las aspiraciones de unos votantes que ya no analizaban la coyuntura de la capital del país bajo la óptica exclusiva de dos lentes.

Ese es el Bolívar que conozco.

@pedroviverost

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