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Cuando se llega al tercer año de un mandato presidencial de cuatro, la evaluación no se hace sobre expectativas o promesas, sino sobre los cumplimientos. Hay planes de gobierno que no se concluyen, pero se dejan trazadas las bases para que a futuro puedan verse los frutos gubernamentales. Pero, así como se analiza el cumplimiento del plan de gobierno, también se puede analizar el perfil de la gestión del gobernante. En estos tres años cumplidos del primer gobierno de izquierda en Colombia, se puede decir que hubo tres Petros.
El día de la victoria petrista el ambiente permitía percibir que el país entraba, no en una época de cambio, sino en un cambio de época en materia política. El tono del elegido presidente Petro era novedoso en la forma y en el fondo. Decidió traer a la “fotografía del gabinete” una mezcla oportuna entre “nova et vetera”, donde la novedad eran las caras de ministros, embajadores y la vicepresidente de la República con un mensaje de inclusión en el escenario de la toma de decisiones reales de la nación. Completaba ese primer grupo de colaboradores la experiencia de funcionarios de origen más del “puro centro” quienes eran percibidos como el equilibrio dentro del ganador “experimento de la izquierda a la colombiana”. El resultado fue evidente en los primeros seis meses, cuando lograron ser denominados “la aplanadora legislativa”. Lograron una gestión legislativa eficaz: reforma tributaria, la más robusta luego de décadas, la aprobación del plan nacional de desarrollo, entre otros, de alto impacto, que permitieron ver al primer Petro de los tres: el presidente socialdemócrata.
Luego de dos trimestres con ese perfil más del corte de un Felipe González con el PSOE español de 1982, apareció el segundo Petro: el presidente radical y encerrado. Lo primero que vio el país fue el despido “sin fórmula de juicio” del ala equilibradora del gobierno. Y lo siguiente fue la explosión de la demagogia como medio de gobierno. El desenfreno verbal echó al traste cualquier propósito de “buen gobernar”. Lo que comenzó a valer fue la implementación a toda costa de sus “ideas diarias”. Sin seguimiento, sin ningún rigor técnico (palabra que le genera urticaria a este Petro) puro verbo y sustantivo con tal de hacer llamar la atención entre sus cada vez más depuradas bases. La inseguridad disparada (literalmente). La inversión extranjera y nacional prevenida por tanto anuncio desbocados, emitidos sin la templanza que amerita ser un jefe de Estado. Habría que añadirle los escándalos familiares, de cercanos colaboradores y de miembros del gobierno que comenzaron a sacar las orejas de los indebidos manejos de la cosa pública. Hoy prevalece esa percepción.
El tercer Petro es el polarizador. Este rol lo conocimos los colombianos cuando decidió amenazar a los “pesos y contrapesos” formales de nuestra Constitución y abrir puertas de presión con propuestas con tufillo extraconstitucional, como la Consulta Popular, el decretazo y hasta lanzó una Asamblea Nacional Constituyente, todo lo anterior porque su estrategia legislativa, sobre todo en el Senado (donde nunca obtuvo mayorías), no tuvo los mejores resultados. Le aprobaron unas leyes con muchas grietas que, dicen los que conocen el mundo de las cortes, tienen poco chance de pasar su cedazo. Fue tan polarizador, que luego de treinta y seis años reapareció el fantasma de los atentados contra lideres opositores y le ha tocado, permanentemente, aclarar que sus palabras o trinos, no tienen nada que ver con una bala que salió en un parque de Bogotá y nunca regresó.
A un año de finalizar su periodo, solo queda que el cuarto Petro sea el de un mandatario que, por tener el “agua al cuello”, decida aprovechar el resto de año para dedicarse con juicio a hacer la tarea y mostrar sus logros, donde hay un saldo en rojo. Pero mucho me temo que va a preferir el camino de enfocarse en las próximas elecciones y pasar a la historia como un operador político que intentó ser un “rupturista institucional”.
