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Un estudio reciente ha sacado a la luz una realidad que debería encender las alarmas: los padres y cuidadores de los niños entre cero y cinco años no están haciendo bien su tarea.
Eso quiere decir que les están dando alimentos procesados, llenos de aditivos y azúcares, que no les crean hábitos de higiene, que los dejan horas sentados frente al televisor, que jamás les leen un cuento ni los estimulan con juegos creativos, y que el 83% de ellos, según la encuesta, permanece encerrado en sus casas sin interactuar con otros niños. Dicho estudio, adelantado por el Programa “Inicio parejo de la vida” y apoyado por Colciencias y entidades como la Fundación Corona, la Fundación Santafé y la Universidad de la Sabana, fue realizado en 17 municipios de Cundinamarca y Boyacá, es indicio de que en otras partes del país está pasando lo mismo.
No hablo aquí de las dolorosas condiciones de pobreza e insalubridad en que viven muchos niños colombianos a los que la inequidad les escamotea los derechos que deberían tener para crecer dignamente, sino de los adultos desinformados o indolentes que los tienen a su cuidado. Según sabemos hoy —pues durante siglos los niños fueron considerados adultos en miniatura a los que se ignoraba o de los que se abusaba— “la primera infancia es la etapa del ciclo vital en la que se establecen las bases para el desarrollo cognitivo, emocional y social del ser humano”, según reza, además, el artículo 29 del Código de la Infancia y la Adolescencia que tenemos desde no hace mucho en el país. No desarrollar sus potencialidades ni inculcar en ellos disciplina y conciencia del autocuidado implica ya un fracaso de entrada, que multiplica la posibilidad de que más tarde sean jóvenes poco curiosos, sin mayores habilidades sociales, con los cuales la escuela deberá hacer un trabajo doble.
Ahora que se ha puesto de moda hablar de educación, como si de pronto todo el mundo hubiera descubierto el agua tibia, habría que recordar que la transformación de las mentalidades comienza por la de padres y cuidadores, y que esta sólo se logra con campañas educativas permanentes y trabajo de información y concientización con las comunidades. Programas como el “De cero a siempre” son pasos importantes, pero habría que ir más lejos y preguntarse por las causas de esta inercia en la crianza, que no puede achacarse simplemente a ignorancia o a irresponsabilidad de los adultos.
Es claro que la incorporación de las mujeres al terreno laboral tiene algo que ver en esto. Muchas veces la madre —a menudo cabeza de hogar y sin mayores recursos económicos— debe dejar en manos ajenas y poco hábiles el cuidado de los niños. Y vuelve tan tarde al hogar que ni siquiera los puede asesorar en su estudio o acompañarlos a la hora de dormirse, demandada por la domesticidad, que aumenta su jornada de trabajo. A ella le pueden sobrar ganas de interactuar con ellos, pero le falta tiempo. Puesto que no se trata de devolver a las mujeres a ser sólo amas de casa, se hace necesario incentivar en las empresas políticas como las del teletrabajo o los horarios flexibles, que les permitan —a ellas, pero también a los padres, que también tienen derecho— estar más horas con sus hijos.
