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Alertas tempranas

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Piedad Bonnett
30 de octubre de 2022 - 05:30 a. m.
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Todo le conviene al país menos entrar en un clima de pánico y desasosiego. Pero creo que mucho de lo que el Gobierno está haciendo —y sobre todo diciendo— está propiciándolo, ocasionando que se levanten de todos lados voces preocupadas, a veces apocalípticas, a manera de alertas tempranas. Todas esas alertas parten no de interpretaciones alegres, sino de frases de Petro, de sus asesores y de algunos de sus ministros, que sumadas crean un clima de incertidumbre que en la imaginación colectiva termina por prevalecer sobre los aciertos del Gobierno.

El fenómeno se explica, en parte, porque muchos miembros del mismo hablan como oradores en campaña. Lo sintetizó muy bien Claudia López cuando dijo que la propuesta de Susana Muhamad sobre la región metropolitana es “más de exconcejal que de ministra”, y se permitió recordarle que “hoy tiene un rol distinto al que tenía antes, cuando era concejal”. Tampoco Petro parece haber entendido que debe cambiar el tono. Tal vez porque después de años y años de hacer oposición, denunciando y atacando, el cerebro se reformatea y le es difícil encontrar el lenguaje conciliador y sereno que este país crispado necesita. Aunque hay que reconocerle que a veces hace esfuerzos, como cuando dijo que “nunca será protesta la agresión a un policía”.

Como él, algunos de sus seguidores siguen hablando como si necesitaran ganarse el favor de las mayorías. Cuando ya se lo ganaron. Y es que es muy tentador hablar frente a una multitud sólo para complacer y lograr aplausos. Eso se llama demagogia. Como cuando la misma Claudia López dijo, en una de sus salidas en falso, que Rosales “es una jaula de oro horrorosa” donde no hay una calle ni una tienda porque todo el mundo está encerrado. O cuando Gustavo Bolívar dice que ahora entiende, viendo cómo atacan al presidente, por qué “los países se vuelven como Venezuela”. Opiniones que activan lo que a Petro le ha gustado siempre activar: resentimiento de clase y discriminación. Que con un poco más de fuego se traduce en odio.

Cuando él habla del “enemigo interno” sin aclarar si se refiere a su ministro o a las leyes colombianas, cuando sugiere que es necesario que “el pueblo” se lance a la calle a defender el cambio, cuando culpa a Estados Unidos de todos nuestros males, está tirando bombas incendiarias como cualquier estudiante en revuelta. Sólo que no es al Esmad al que provoca, sino a todo un país. Cuando dice que “los procedimientos construidos y escritos a través de normas durante siglos” han sido hechos por los privilegiados del Estado, puede no faltarle razón; pero, si sumamos esa a otras declaraciones suyas, pareciera que está atacando a la institucionalidad. Como cuando propone que “hay que democratizar los medios de comunicación”. ¿Democratizar qué, si en este país hay libertad de expresión y por eso los medios pueden tanto alabar su gobierno como criticarlo? ¿Y qué tal el ministro Prada afirmando que “una escritura pública no garantiza completamente el derecho a la propiedad”? ¿O Gabriela Posso, consejera presidencial, diciendo que los de la primera línea son “presos políticos”? El peligro es que el miedo radicalice aún más a los que temen a Petro, como se ha visto ya en las marchas que empiezan a sucederse. Y de paso incube posibles violencias.

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