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Ciencia, sentido común y candidez

Piedad Bonnett

04 de septiembre de 2022 - 12:30 a. m.

Dicen que de buenas intenciones está empedrado el camino hacia el infierno. Un artículo de este diario, escrito por el periodista César Giraldo Zuluaga, lo ilustra muy bien: en él se refiere a la iniciativa del representante Juan Carlos Losada de reformar los artículos 79 y 95 de la Constitución. Una de esas reformas sería a favor de “los animales sintientes, sin excepción (…) contra los tratos crueles, actos degradantes, muerte y sufrimiento innecesario y procedimientos injustificados o que puedan causarles dolor, angustia o limitar el desarrollo de sus capacidades naturales”. Según el artículo, muchas voces de expertos se han mostrado preocupadas por considerar que hay peligrosas ambigüedades en la manera de formular el proyecto, que no sólo pueden crear malentendidos, sino que pueden terminar generando acciones en contra de los ecosistemas. Desde el Colectivo de Profesionales de Ecología se preguntan, entre otras cosas, qué significa “innecesario”, y qué hacer entonces con las especies exóticas invasoras o con los perros ferales que atentan contra el ecosistema de los humedales. El artículo muestra todas las aristas de un problema que la reforma del concejal pareciera simplificar de modo ingenuo. “Simplemente —dicen los miembros del Colectivo— la modificación de este artículo va en contravía de la conservación de la biodiversidad, término muy de moda, pero del que se ignora todo lo que abarca; es mucho más que la variedad de especies, incluye la variabilidad genética al interior de cada población, los ecosistemas —con todos sus flujos de energía y materia— y también los modos y medios de vida de las poblaciones locales, por cierto muy diversos en nuestro país”.

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Algo semejante sucede con la propuesta de la animalista Andrea Padilla de transformar los zoológicos en zonas de refugio de fauna, una iniciativa también polémica pues hay quienes sostienen, como el catedrático de fauna Silvestre Dave Wehdeking, que “desde hace años los zoológicos modernos dejaron de ser centros de entretenimiento y se convirtieron en lugares de conservación y protección para animales silvestres”, y que un santuario no es necesariamente garantía de respeto por los animales. Los biólogos, con toda razón, han pedido que se los consulte a la hora de hacer estas propuestas, que, dicen ellos, están guiadas básicamente por la emotividad, y que se respete “la profesión y el método científico”.

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Estoy segura de que Losada y Padilla —que han hecho, por lo demás, una importante gestión ambientalista— actúan de buena fe. Pero también creo que pueden estar cayendo en esa tendencia “redentora”, tan en boga y que tantos seguidores da, que termina dividiendo el mundo en buenos y malos, y que a menudo enuncia sus verdades desde una superioridad moral insoportable. La misma tendencia que José Manuel Errasti, en interesante artículo, enmarca dentro de lo que denomina “una sociedad cándida”, donde el individuo “no ve más allá de voluntades y emociones en todo lo que lo rodea”. Lo que el cándido olvida es que está probado que no debemos guiarnos simplemente por “sentido común” (el que guía en estos casos a los animalistas) cuando se trata de conocimiento científico. Algo que ya sabía Galileo Galilei.

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