El prestigio de la aguerrida Oriana Fallaci hizo que en en pocos años lograra entrevistas con personajes como Golda Meir, Yaser Arafat, Kissinger, tan buenas que su libro fue usado como manual de periodismo en muchas escuelas. Desafortunadamente, Fallaci terminó convirtiéndose, con el tiempo, en una antiislamista rabiosa, hasta el punto de que Francia solicitó su expulsión por racismo y xenofobia.
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El prestigio de la aguerrida Oriana Fallaci hizo que en en pocos años lograra entrevistas con personajes como Golda Meir, Yaser Arafat, Kissinger, tan buenas que su libro fue usado como manual de periodismo en muchas escuelas. Desafortunadamente, Fallaci terminó convirtiéndose, con el tiempo, en una antiislamista rabiosa, hasta el punto de que Francia solicitó su expulsión por racismo y xenofobia.
En 1978, “la Fallaci” logró una entrevista con el Ayatolá Jomeini —quien encarnaba el islam fundamentalista— que se hizo famosa por el tono agresivo que exhibieron las dos partes. Cuando Oriana Fallaci confrontó a Jomeini sobre por qué las mujeres islámicas tenían que vestir el chador —que ella llevaba puesto en ese momento como parte de las condiciones puestas por el Ayatolá—, este le contestó, con sorna: “si no le gusta el vestido islámico no está obligada a llevarlo; el chador es para las mujeres jóvenes y respetables”. Fallaci, quien alguna vez escribió que en sus entrevistas “no sólo uso mis opiniones sino también mis emociones”, reaccionó airada: se quitó el velo, lo que hizo que Jomeini saliera indignado de la habitación. El escritor italiano Luigi Zoja analizó así ese episodio: “Gran parte de la prensa se ocupó de ese altercado —del cual es capaz cualquier criatura caprichosa— más que de los delicados contenidos de la entrevista. Décadas más tardes, todavía se recordaba el acontecimiento como prueba del carácter de la autora. ¿Prueba de qué? ¿Es útil usar el grito del guerrero incluso en un diálogo?”.
Esas mismas preguntas me hice yo mientras leía, en la columna de Daniel Coronell, cómo se desarrolló la entrevista de Jorge Ramos a Nicolás Maduro, que terminó cuando el tiranuelo venezolano se levantó, ardido por las preguntas del periodista. Sí: Nicolás Maduro es un hombre sin escrúpulos, un gobernante cruel y arbitrario. Y es totalmente reprochable la incautación de cámaras y el abuso de poder con el equipo de Univisión. ¿Pero es propio de un buen periodista comenzar diciendo a su entrevistado: “¿cómo lo llamo: presidente o dictador?”. ¿No será esta no sólo una provocación innecesaria, sino también una pésima estrategia, que le impidió poner a Maduro contra las cuerdas de una manera más inteligente e incisiva?
Que Ramos conoce y admira a Oriana Fallaci queda demostrado en la excelente semblanza que de ella hace en artículo del 2 de abril de 2018. Allí la cita: “En todas mis entrevistas hay drama…”. Y “los periodistas no sólo cuentan los eventos. También los crean. Los provocan”. Ramos también resalta que la Fallaci “no insultaba, sólo preguntaba”. Y confiesa su admiración: “y ahora, antes de cada entrevista importante, casi siempre pienso: qué hubiera preguntado la Fallaci”.
Coronell cita a Fernán Martínez: “El reportaje que Jorge Ramos no pudo publicar es el que más se ha publicado”. Zoja dice sobre el gesto de la Fallaci “que no sirvió para nada sino para priorizar el protagonismo de la entrevistadora, cansada de que la atención cayera en el entrevistado”. En mi humilde opinión, el buen periodista jamás se exhibe, y mucho menos “provoca eventos”, como quería Oriana. Pasito a pasito, y con agudeza crítica, va sacándole verdades a su interlocutor. Y para eso es mejor crear la sensación de empatía, así esta sea falsa.