Sé que hay algo de ilusorio en el ritual de celebración de Año Nuevo, pero me encanta lo que produce: una sensación de renovación que nos impulsa a ponernos metas y a hacernos propósitos. Uno de los míos en este enero es el de asumir el trabajo de manera distinta. Hoy lo quiero compartir con ustedes, y de paso invitarlos a leer un libro denso y brillante que ilumina el tema: Frágiles. Cartas sobre la ansiedad y la esperanza en la nueva cultura, de la española Remedios Zafra.
Gánale la carrera a la desinformación NO TE QUEDES CON LAS GANAS DE LEER ESTE ARTÍCULO
¿Ya tienes una cuenta? Inicia sesión para continuar
La autora comienza mostrando qué tan falsa es la idea que la gente tiene de que el trabajo creativo nos permite manejar libremente el tiempo. Y cómo la trampa es que en nuestro tiempo fragmentado se cuelan todo tipo de presiones para hacer más trabajo, que nos son presentadas muchas veces como favores u oportunidades, con el agravante de que no se pagan o están mal pagadas. Los ejemplos de Zafra son perfectos: “… solo tienes que participar un par de días, habla de lo que tengas, pásanos cualquier cosa, nos gustaría contar contigo, solo tienes que colaborar una vez al mes, nos gustaría que evaluaras un artículo…”. Faltaría: “¿Te podrías leer mi manuscrito?” Y caemos. Por compromiso, por agradar o quizá por temor a “quedarse a la intemperie” o a que no nos vuelvan a llamar, aunque como Bartleby estemos pensando: “Preferiría no hacerlo”. La lección: aprender a decir no.
En una época en que el trabajo pareciera definir a las personas (¿tú qué haces?), en que las “vidas-trabajo” parecen haber sido elegidas por gusto y en que “estar muy ocupado” es signo de estatus, se habla mucho de “autoexplotación”. Una palabra que, según Zafra, nos hace creer que somos responsables de nuestro auto sometimiento, cuando en realidad somos víctimas de un sistema que nos lleva a tener una relación obsesiva con las pantallas, a “adelantar trabajo” en los ratos libres, o a tener “mala conciencia” cuando no adelantamos “trabajo pendiente”. Girando eternamente en la rueda del trabajo obsesivo, como el hámster en la suya, nos olvidamos de que ese no es el sentido de nuestra vida, y de que esta se nos va yendo mientras engrosamos el curriculum con tareas que no nos gustan, con la esperanza de que pronto nos llegará el empleo que coincida con nuestra pasión, o que nos dé tiempo para que esa pasión se desarrolle.
Zafra habla de “los cuando”: “cuando logre ese trabajo, cuando tenga casa propia, cuando vuelva, cuando pierda peso, cuando mis hijos se marchen de casa, cuando me asiente…”. Allá nos está esperando el mundo entero: los cursos de arte o historia, los libros no leídos, el gusto por la carpintería o por la cocina, los padres, los hijos o los nietos que nunca vemos o, peor aún, nosotros mismos, eternamente postergados.
No puedo dejar de pensar, mientras escribo esto, en los que ni siquiera tienen opciones. Los que gastan dos horas en ir y venir a sus trabajos pauperizados. Más aún, aquellos cuya ilusión en 2023 es conseguir un trabajo. Zafra se pregunta: “¿Y la esperanza?”. Uso sus palabras como respuesta: “¿No cree que (ese asunto) debiera ser hablado, explicado y abordado como forma de comprometer a la sociedad en un cambio? Porque las personas se frustran cuando se sienten engañadas, cuando el sistema educativo y social estimula y después defrauda”.