Sabemos que no hay casi ningún medicamento que no tenga efectos secundarios, así sean leves. Lo que nadie creería es que las RAM (efectos adversos de los medicamentos) están entre las diez causas más frecuentes de muerte en todo el planeta, y que la tendencia global —incluida Colombia— se ha incrementado en más de 1.000% en los últimos diez años, según reseña un juicioso artículo de El Espectador del 28 de marzo.
¿Qué está pasando? A veces, desafortunadamente, alguna predisposición física del paciente favorece el efecto adverso y eso es impredecible (que es probablemente lo que sucede en los casos de enfermedades autoinmunes reportados en relación con la vacuna del papiloma). La automedicación frecuente puede estar también entre las razones, y los descuidos —los informes dicen que la entrega errónea de remedios es frecuente—. A veces, también, hay equivocaciones de los laboratorios y los efectos graves se comprueban en los pacientes mucho tiempo después de haberse comercializado los medicamentos. La talidomida es el ejemplo por excelencia: formulado a finales de los 50 contra las náuseas del embarazo, produjo el nacimiento de cientos de niños sin extremidades.
Pero no todas son de buena fe: cada tanto se descubre algún caso en que las farmacéuticas han ocultado parte de la información. Hace unas décadas ocurrió con el benoxaprofeno, un antiinflamatorio y antiartrítico comercializado como Oraflex. Los fabricantes describieron sus efectos adversos como leves aunque podían causar la muerte. Sólo después de 65 defunciones comprobadas fue retirado del mercado, y se sometió a juicios penales a los que habían incurrido en fraude y ocultamiento. No hace mucho, también, se confirmó que el antidepresivo paroxetina genera ideaciones suicidas entre los pacientes que lo consumen, es decir, que incita al suicidio. Abogados que han puesto los demandantes aseguran que la farmacéutica que lo produce ocultó datos al respecto durante años. En otra columna señalé que durante mucho tiempo los médicos no informaron sobre la posibilidad de depresiones y episodios psicóticos en los consumidores de Roacután, un remedio contra el acné. Sólo cuando empezaron las demandas se incluyeron en la lista de posibles efectos adversos, que además son muchos. Aun así, hoy los dermatólogos todavía lo niegan.
Partiendo de que los efectos secundarios son un hecho, habría que hacerse la pregunta que sugiere el periodista que escribe el artículo: ¿recibimos los pacientes toda la información al respecto? Me temo que no, a pesar de la literatura que acompaña los medicamentos —la cual a veces, si no está apoyada en las explicaciones del médico, sólo confunde— y del recurso del Internet —que aunque ha democratizado la información puede también desinformar o crear equívocos—. Pero yendo al problema macro —y esquematizando en razón del espacio— habría que decir que el sistema de salud, atrapado, como todo en estas sociedades, por las leyes del mercado, ha optado por la medicación y no por la prevención; que muchos médicos han caído en la sobremedicación, inducidos a veces por ofertas de los laboratorios (puntos, congresos, acciones). Y que la medicina alopática, en su camino de especialización, ha perdido de vista al paciente como un todo. Y esa fragmentación, desafortunadamente, incrementa las RAM.