Los medios de comunicación están felices con una noticia muy importante: Diomedes Diaz ha decidido volver a ponerse su diamante en uno de los dientes delanteros. Un programa de televisión y una conocida revista virtual nos informan que, además, se hará ocho implantes de oro, que se calcula valen $45 millones. Un peculiar modo de celebrar las ventas de su próximo álbum, que serán, como siempre, enormes.
Y es que no sólo Diomedes celebra. Más bien habría que decir que a Diomedes se le celebra todo. En primer lugar, la hazaña de haber tenido 28 hijos en varias mujeres. Él sostiene, con orgullo, que son 50. Y que en todo caso, según palabras de algún amigo, lo que quisiera es llegar a 100, para garantizar que su simiente se multiplicará por los siglos de los siglos. (Esto y mucho más podemos leerlo en la exquisita crónica de Alberto Salcedo Ramos sobre el cantante). Pero también se le celebra tener cientos de amantes casuales, que él se da el gusto de escoger entre las que se le ofrecen cada vez que se presenta; y hasta que se le olviden las letras de sus canciones. Que muchas veces lo haya acusado la Fiscalía de inasistencia alimentaria, pues no es tan grave: él es un macho. Y con tal cantidad, ¿cómo responder por todos? Pero, además, como se sabe, es una tradición en su tierra que los hombres vayan dejando regada su semilla, como Aureliano Buendía.
Y cómo no celebrarle sus locuras, si Diomedes es un ídolo, como pudimos comprobarlo el día en que recobró su libertad, después de pagar 37 meses de prisión y una enorme cantidad de adoradores lo esperaban en las puertas de la cárcel. Pero de sus pecados mayores es mejor no hablar, o hablar pasito. O mirarlo con condescendencia, como miraron tantos, en su momento, los tiros al aire del Tino Asprilla, las frases discriminadoras de algunos concejales, las bravuconadas de Uribe o los golpes del Bolillo Gómez. Porque en Colombia, a los famosos se les perdona todo.
Y es que el Diomedes de risa estentórea, el del pecho descubierto y las camisas de seda, al que peca pero reza, pues es creyente, pero sobre todo el del diamante que deslumbra, no es sólo un excéntrico: es el resultado de una Colombia que se parece a él y que lo aplaude. La misma a la que pertenecen los medios que se ocupan por estos días del diamante que otra vez relumbra en su blanquísima dentadura.
Tres palabras. Para acortar mi columna del domingo pasado, que se excedió en caracteres por descuido mío, un acucioso corrector le cortó tres palabras: la primera fue “delirantes”, con lo cual el primer párrafo quedó convertido en una simpleza. Porque un adjetivo de ese calibre pesa siempre. Y donde había escrito “Borges, un apasionado del tema”, quitó “del tema”, haciéndome decir: “Borges, un apasionado”. Un exabrupto, si se tiene en cuenta que el desapasionamiento era la mayor virtud del escritor. Que hay palabras que ponen el matiz debería saberlo todo periodista. A este, sin embargo, lo perdono, por aquello de que los colombianos estamos, en estos tiempos, en disposición de perdonar.