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Dos eventos recientes escandalizaron a los colombianos: el de la muerte a cuchilladas y golpes de un toro en la ciudad de Turbaco, y el concurso Miss Tanguita que se llevó a cabo en Barbosa, y cuyas participantes tienen entre 5 y 11 años y desfilan en vestido de baño.
Relaciono los dos espectáculos porque sus defensores aducen, en ambos casos, que los legitima el hecho de que llevan muchos años haciéndose, y por tanto pueden considerarse patrimonio cultural de las respectivas regiones.
Que la crueldad sobre el animal no tiene justificación ninguna y merece repudio generalizado es algo que piensa casi todo el mundo. Más problemático es lo que a partir de ese consenso han propuesto algunos: acabar definitivamente con las corralejas en la costa Atlántica, aduciendo que el hecho de ser una tradición de años no justifica el espectáculo deprimente de alcohol, violencia y sangre. Algunos, incluso, han comparado la fiesta brava con las corralejas, diciendo que la crueldad es la misma, aunque la una venga en traje de gala y sea un espectáculo para las clases altas y la otra sea de estirpe netamente popular y los muertos los ponga el pueblo raso.
En cuanto a Miss Tanguita, resulta increíble que haya autoridades y padres que propicien en las niñas el sueño prematuro de ser reinitas o modelos, exponiéndolas además a las miradas morbosas de los adultos y sometiéndolas a competir en razón de sus atributos físicos, vaya uno a saber con qué estándares. Ahora bien: de ahí a compartir la peregrina idea de Cristina Plazas, directora del ICBF, de que por esta razón los padres de las niñas podrían llegar a perder la patria potestad sobre las mismas, hay mucho trecho. Porque hay que comprender que el estrellón es con mentalidades para las cuales estos adefesios no tienen nada de malo. Basta con oír los argumentos de la personera de Barbosa —quien alguna vez fue Miss Tanguita— o de una de las madres implicadas, para ver que ellas creen que hacer desfilar sus niñas semidesnudas es natural. “A ellas les gusta la carrera de modelo... ¿qué niña no sueña con ser princesa o reina?”. Argumentos que habría que tratar de cambiar primero con argumentos y, sólo si es necesario, con amenazas.
¿Y quién creen ustedes que fomenta en las madres, y también en los varones, el sueño de volver modelos o reinas a sus niñas, muchas veces con secuelas como anorexia, adicción a prematuros tratamientos cosméticos o demanda de cirugías estéticas de alto riesgo? Pues la televisión, las revistas, las vallas publicitarias, en fin, la sociedad que hoy se escandaliza con Miss Tanguita pero acepta y aplaude ese ideal de mujer, alimentado por la cultura traqueta, porque sin tetas no hay paraíso. O que aplaude sin reparos La Voz Kids.
Pero los tiempos cambian, y cosas que a muchos les parecían “normales” —maltratar animales, exhibir niños, discriminar gays, usar despectivamente términos como indio o negro, y un largo etcétera— ya no lo son. Por fortuna lo políticamente correcto, tan odioso en sus extremos, se ha impuesto de la mano de legislaciones que protegen, cada vez más, los derechos de las minorías. De ahí que haya que repensar el sentido de las tradiciones y acabarlas o transformarlas cuando vulneran a los más indefensos.
