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Decidir sobre uno mismo

Piedad Bonnett

06 de marzo de 2020 - 09:18 p. m.

En nombre de Dios se pueden decir y cometer barbaridades, incluidas guerras y actos de terrorismo. A menudo se combina fanatismo e ignorancia, como en el caso de la secretaria de Salud de Ibagué, que anunció que los suicidios en esa ciudad se están dando “por ausencia de Dios”, y que por eso su entidad va a trabajar con “una red de apoyo con sacerdotes y pastores”. Le queda grande el cargo a Johana Aranda, que no sabe que el suicidio es, entre otras cosas, un problema social que se debe abordar desde las ciencias de la salud que ella maneja y no desde las creencias religiosas. Siempre ha habido y habrá seres humanos que opten por la muerte voluntaria para liberarse de una realidad que no soportan, y se menosprecia y se irrespeta al suicida cuando, desde la superioridad moral, se simplifica y se juzga su acto, el más serio de todos los que un ser humano puede cometer. Porque el suicidio es un acto libre, de autodeterminación, que puede prevenirse pero no estigmatizarse.

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En un futuro, que yo espero que no sea muy remoto, los seres humanos podrán disponer de su vida y de su cuerpo si esa es su necesidad más honda, sin que se los juzgue o se los encarcele. Conmueve leer el testimonio de José Antonio Arrabal, un español con esclerosis lateral amiotrófica (ELA), que en 2017 tomó la decisión de suicidarse, es decir, de proporcionarse la eutanasia: “Ya necesito ayuda para darme la vuelta en la cama, para vestirme, para comer, para limpiarme. Sólo puedo beber con una pajita (…) Es triste que no haya una ley que regule estos actos. Así me la estoy jugando. He tenido que comprar los medicamentos por internet, lo que no da ninguna garantía (…) Me indigna tener que hacerlo en la clandestinidad. Adiós a todos”. Algunos creen que sólo Dios dispone de la vida de los seres humanos. Yo no creo que el Dios de esas personas, que se supone justo y bondadoso, se indigne con la decisión del valiente y dignísimo José Antonio Arrabal. Por fortuna, ya hay naciones donde se permite el suicidio asistido, y Colombia, increíblemente, hace parte del pequeño grupo de países —Holanda, Bélgica, Luxemburgo y Canadá— donde es legal y está regulada la eutanasia. Ahora España y Portugal intentan también despenalizarla, aunque, como en todas partes, su aplicación estaría sometida a una serie de regulaciones.

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Las conquistas con relación al derecho al aborto son mayores, a pesar de que todavía hay unos pocos países en los cuales sigue siendo un delito en todos los casos. Pero ya hay al menos 29 en los cuales se puede abortar con cualquier motivo, aunque con restricciones de tiempo, por cuestiones de salud. Colombia, pionera en lo que se refiere a la eutanasia, acaba de perder la oportunidad de ir más allá en la conquista de los derechos femeninos al no acoger la ponencia progresista de Alejandro Linares, que pedía despenalizar el aborto en las primeras 16 semanas de gestación. La ley, en este caso, va en contravía de la realidad: anualmente se realizan más de 400.000 abortos en el país, con los consabidos riesgos y muertes de las mujeres que lo hacen en la clandestinidad. Y no abortan, estoy segura, porque Dios esté ausente de sus vidas, sino porque sus vidas las obligan a tomar una decisión muchas veces dolorosa, pero, de acuerdo con su conciencia, necesaria.

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