Publicidad

Demasiadas palabras

Sigue a El Espectador en Discover: los temas que te gustan, directo y al instante.
Piedad Bonnett
20 de julio de 2013 - 10:00 p. m.
Resume e infórmame rápido

Escucha este artículo

Audio generado con IA de Google

0:00

/

0:00

Cada tanto tiempo alguien lanza una sentencia apocalíptica sobre lo que el tiempo arrasará para siempre. Algunos dicen que asistimos al fin de la novela, a la muerte del libro, que ya no habrá salas de cine, que la pintura ha muerto.

Borges cuenta que su padre le decía que mirara bien las iglesias y las carnicerías porque muy pronto desaparecerían de la faz de la tierra. El New York Times ha lanzado su propio vaticinio, que Tom Brady recoge en un artículo titulado “Sin tiempo para las palabras”: “Nos acercamos al día en que todo se dirá con imágenes”. En realidad el escrito habla de la fotografía, pero lo que me interesó fue el enunciado del que se desprende: que en el mundo de hoy la gente está descubriendo que es más fácil enviar una fotografía “que molestarse en escribir palabras”.

Todo parece una mera boutade, pero tiene un enorme trasfondo de verdad: creo que nunca nos había abrumado tanto la palabra escrita. Paradójicamente, esta es la consecuencia de una fascinación colectiva: la de saber que podemos entrar en conexión inmediata con todo el planeta, expresar en todas partes lo que opinamos, preguntar a otro lo que se nos ocurra en el momento mismo en que lo pensamos, matar el ocio a punta de palabras. Basta con abrir una pantalla para encontrar las más diversas carnadas: el saludo de un compañero de colegio que no vemos desde los 15 años, el correo de la amiga que está viviendo en París, el de la pareja que pregunta si estamos de acuerdo con las fechas del viaje, el blog del colega, la revista que despliega nuestros temas de interés, la invitación al evento cultural, la última noticia, el chiste que circula en la red, etc., etc., etc. Pero además están el chat y el WhatsApp, y el mensaje de texto... y allí estamos, contestando someramente con quién vamos a almorzar, si nos fue bien con la ecografía o si nos pareció bueno el concierto.

Sería tonto despotricar de estas formas de comunicarse. Aunque el correo electrónico suele no propiciar matices y a veces da pie a malentendidos, nos ahorra tiempo y nos libera de muchas conversaciones telefónicas. El chat es muy vivo, activa el humor y las expresiones coloquiales. Y los 140 caracteres de Twitter —que algunos todavía nos negamos a usar— obligan a un ejercicio de síntesis y propician la aparición del ingenio. Sin embargo, esas palabras vertiginosas se están convirtiendo, por su poder avasallador, en el muro de contención de las otras, de las que cobran fuerza en el silencio de nuestros pensamientos y muchas veces quisieran convertirse en cartas largas. Para un escritor esto es especialmente peligroso, pues el ruido excesivo de los mensajes que demandan respuesta inmediata amenaza con apartarnos de formas más pausadas y reflexivas de usar el lenguaje, que exigen introspección y riesgo y búsqueda. Pero, ¿y los demás? ¿En verdad, como anuncia el NYT, los jóvenes que andan pegados a sus tabletas, a sus teléfonos, escribiendo mensajes con palabras rotas y apuradas, ya también se están aburriendo de ellas? ¿Asistiremos a la catástrofe de verlos valerse sólo de imágenes? En lo que a mí concierne, sé que no tengo tiempo para tantas palabras. Falta ver si soy capaz de desenchufar todos mis aparatos.

Conoce más

 

Sin comentarios aún. Suscríbete e inicia la conversación
Este portal es propiedad de Comunican S.A. y utiliza cookies. Si continúas navegando, consideramos que aceptas su uso, de acuerdo con esta  política.