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Nunca como ahora habíamos percibido los hombres la realidad de manera tan fragmentada.
El flujo vertiginoso de sucesos heterogéneos y fugaces al que nos someten la radio, la televisión y los periódicos ha cambiado la representación totalizante del mundo y nos ha lanzado al territorio de lo incierto, donde, como afirmaba Nietzsche, “no hay datos, sólo interpretaciones”. Paradójicamente, para las grandes mayorías la visión de mundo que prevalece es la de los mismos medios, que “leen” la realidad y la “interpretan”, simplificándola.
Estos, con su caótica mezcla de noticias de toda índole, tienen de tanto en tanto y en virtud del azar, sin embargo, la capacidad de hacer la síntesis que en la academia tardaría años. Sucedió hace unas semanas, cuando saltaron a las primeras planas hechos y datos que, juntos, constituyen una radiografía dramática de lo que pasa en el país en relación con niños y jóvenes. En la edición de un mismo día los periódicos hablaban de Alexánder, el niño que muy probablemente murió a consecuencia de una paliza que recibió de unos compañeritos, y de cómo éstos estaban siendo objeto de amenazas de muerte y de hostigamiento de sus vecinos. Atroz espejo de la realidad de intolerancia y violencia del mundo adulto que se vive en Colombia a todo nivel.
No bien el lector pasaba la página se encontraba con un informe sobre las Pruebas Saber PRO 2011, concluyendo otra vez algo que ya sabíamos: que los maestros del país no sólo se cuentan entre los profesionales peor pagados, sino entre los de más bajo desempeño; su comprensión de lectura es mala, como también, y por ende, su capacidad crítica. “Sólo el 18% de los evaluados alcanzaron niveles aceptables de desempeño”. Al consultar a los expertos, muchas cosas salen a la luz: que los aspirantes a maestros proceden de los estratos medio y bajo, y que su propia capacitación escolar es ya deficiente; que la profesión no tiene estatus y muchos de los que llegan a ella lo hacen porque no pueden ingresar a otras carreras; y que su progresión salarial es mínima, con el consiguiente desestímulo.
Ahora bien: los maestros se quejaban en aquel informe de tener que trabajar en medio de las balas de la guerra o del hampa, y de que sus estudiantes, muchos de los cuales no pueden traspasar las “fronteras invisibles” que han creado los combos delincuenciales, viven con miedo. También de que los padres o son violentos con sus hijos o no los acompañan en su proceso de aprendizaje. Y pensamos de inmediato en hombres borrachos y mujeres golpeadas, o en pobres obreros, vendedores ambulantes y criadas que salen a trabajar al amanecer y regresan a sus casas de noche, rendidas y de mal genio. (Días después leímos la noticia de que unas niñitas de no más de nueve años, con una fantasía permeada por una cultura del crimen y la violencia, tenían el plan de “matar” a la profesora que las iba rajando en matemáticas. ¡Y los adultos las señalaron como criminales y llevaron el caso a las autoridades!).
Y uno se pregunta dónde empieza todo. ¿En el papá borracho? ¿En la mamá ausente? ¿En el mal maestro? ¿En la calle llena de peligros y de vicios? ¿O tal vez en un Estado que ha abandonado a todos, desde siempre?
Pero hay más. Un titular anuncia que en Cundinamarca el 24% de las menores entre 15 y 19 años ya son madres, según la última encuesta de Demografía y Salud. Y otro, que es en América Latina donde más jóvenes y adolescentes mueren a causa de la violencia, y que en esa lista Colombia ocupa la vergonzosa casilla número dos. Cuando ya vamos a terminar la lectura, aparece otra noticia: ya son cuatro los gobernadores destituidos o investigados, uno de ellos, por pertenecer a una banda. Tal vez, se dice uno, ahí empieza o termina todo.
