Dudas, intuiciones y certezas

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Piedad Bonnett
11 de marzo de 2018 - 02:00 a. m.
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En un viaje que hice a Venezuela en 1998, meses antes de que Hugo Chávez subiera al poder, me encontré con que casi todos mis amigos, muchos de ellos escritores y artistas, iban a votar por él. Yo tenía un argumento en contra que me parecía poderoso: no se puede votar por un militar golpista. Aunque el gobierno de Carlos Andrés Pérez fuera calamitoso, como el de varios de sus predecesores, por encima de todo había que votar por alguien respetuoso de los mecanismos de la democracia. Esa era mi única certeza. Pero, además, desconfiaba del populismo de su discurso, que intuía iba a sembrar discordia en el país. Pero era sólo eso, una intuición. Unos años después, cuando regresé, me encontré con que casi todos los que habían votado por él, creyendo en un cambio hacia un país más justo, se habían desengañado y se habían convertido en oposición.

No me estoy jactando de mi visión, sino hablando de un tema que me interesa a la hora de votar, sobre todo cuando el panorama en Colombia es hoy tan confuso: aunque tengo conciencia de que el juego político es impredecible, porque está lleno de movimientos oportunistas y siempre pareciera haber un margen de desconfianza a la hora de elegir, creo que lo único sensato es votar a partir de nuestras certezas. Pondré unos ejemplos: Iván Duque pareciera una persona preparada y decente. Yo intuyo que se le va a “voltear” a Uribe si llega a salir elegido, y que en buena parte, como ya hizo Santos, lo está usando de trampolín para llegar al poder. Pero es sólo una intuición; en cambio tengo una certeza: no votaría jamás por un movimiento de derecha empeñado en desactivar los acuerdos de paz, lleno de políticos que están enjuiciados o en la cárcel, y cuyos representantes han mentido o manipulado la opinión. Y no votaría jamás por un candidato que respalda ciegamente a un líder que injuria y calumnia, y que tiene cuestionamientos sumamente graves y procesos judiciales en su contra. De Gustavo Petro admiré en otro tiempo su capacidad de denuncia y su valentía, y estoy casi segura de que, más allá de su ambición de poder, tiene genuino interés en acabar con las desigualdades sociales. Sin embargo, por lo que ha dicho, pero también por lo que calla, intuyo que haría un gobierno populista, dado al asistencialismo y al despilfarro, lleno de descalabros económicos como el de Chávez, aunque creo que en Colombia las condiciones son otras a las que llevaron a Venezuela al desastre de hoy. Esas son mis intuiciones, pero apoyadas en unas certezas: que la arrogancia de Petro lo llevó a empecinamientos absurdos, que fue irresponsable con los dineros públicos, que no cumplió ni la mitad de lo prometido, y, sobre todo, que es un azuzador de odios, como mostró recurrentemente en su tono y su discurso.

Este mismo ejercicio puedo —podemos— hacerlo con todos los candidatos. En estas elecciones, apoyada en mis certezas, votaré por Jorge Robledo para el Senado, porque, aunque no simpatizo especialmente con el Polo, me parece un hombre consistente, un investigador riguroso, un veterano de la política honesta al servicio de los más débiles. Y para la Cámara, por Juanita Goebertus, una mujer que ha trabajado por la paz, fórmula de Ángélica Lozano, otra mujer a quien admiro. Sé que ellos no me van a defraudar.

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