En columna reciente, Hernando Gómez Buendía habla de Colombia como un país que se construye a base de mentiras en “la esfera de lo público”, y elabora una lista de verdades a medias dichas por políticos de distintas tendencias. El problema es mundial, por desgracia, y la consecuencia es, ni más ni menos, la pérdida de credibilidad en instituciones antes respetables. Los políticos, claro, son los más desacreditados. The Washington Post denunció en su momento, por ejemplo, que Donald Trump mintió desde el día de su posesión, y que para agosto de 2020 “había dicho más de 22.000 mentiras en el cargo, avanzando a un ritmo de más de 50 por día”. Una consecuencia, entre muchas, de la pérdida de confianza en los políticos tradicionales es, como se sabe, que los ciudadanos les están apostando a los llamados outsiders, con consecuencias casi siempre nefastas.
La ciencia tampoco se salva del engaño deliberado. Los casos son cientos. Uno de los más sonados fue el del científico Hwang Woo-suk, que en 2004 y 2005 publicó estudios donde aseguraba haber extraído células madre a partir de la clonación de un embrión humano. Poco más tarde investigadores de la U. de Seúl constataron falsificación en los datos, aunque parece que Hwang sí consiguió clonación en animales. Prueba de que iba bien encaminado, pero lo perdió la ambición. Esta semana El Espectador informó que uno de los estudios más convincentes sobre los buenos resultados de la ivermectina en enfermos de COVID-19 resultó un fraude, y cita a The Guardian: “El error principal es que al menos 79 de los registros de pacientes son clones obvios de otros registros. Es difícil explicarlo como un error inocente, especialmente porque los clones ni siquiera son copias puras”. Y Colombia pareciera haber puesto su granito de arena con Manuel Elkin Patarroyo, no sólo con su vacuna contra la malaria, sino con la que ahora prepara contra el COVID-19 que, explicó, está en fase cero. Aunque la ciencia siempre demora sus hallazgos, no parece gratuito el escepticismo burlón con que fue recibido su anuncio.
También la mentira ha llegado a las universidades, que parecieran ser instituciones donde el engaño no tiene lugar. Fraude, un documental de Netflix, denuncia cómo Rick Singer, un tipo gris, entrenador de deportes, logró enriquecerse explotando a padres de familia ricos que sabían lo poco probable que era que sus hijos entraran a universidades de élite. Singer montó el negocio de su vida haciéndolos entrar por “la puerta lateral” con la anuencia de uno que otro corrupto y gracias a donaciones de dichos padres, mientras las directivas, felices de recibir gruesas sumas, se hacían las de la vista gorda.
Desconfiamos del Ejército y la Policía, que ya sabemos que inventan resultados; del periodismo, con famosos casos de engaño; de las redes, llenas de fake news; de las encuestas, que a menudo fallan; y hasta del arte contemporáneo, que cada tanto nos mete gato por liebre en los museos, con obras que embaucan hasta a los curadores. Ni que decir de tanto gurú que en Twitter se construye una imagen a punta de galimatías e interpretaciones sabihondas, detrás de las cuales no hay sino impostura. Lo que hay que reconocer, eso sí, es que embaucar a muchos tiene su ciencia.