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El discurso de Alejandro Gaviria

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Piedad Bonnett
05 de septiembre de 2021 - 05:30 a. m.
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Si algo aportará Alejandro Gaviria al debate público es lo que alguna vez trajo Antanas Mockus: un discurso original, honesto, donde predominen el pensamiento racional y la creencia en el poder de la cultura sobre las pasiones y los odios. En reciente reportaje fue precisamente Mockus el que dijo, refiriéndose a Gaviria, que “un presidente que fue rector sería el mejor símbolo de que el conocimiento está llegando al poder en Colombia”. Mockus, que habla desde el que alguna vez fue su lugar, añade: “Mantener la credibilidad, basada no en la retórica del discurso publicitario asociado a la política tradicional sino en el discurso de la tradición académica basado en las evidencias y en las consecuencias de los enunciados y argumentos, sería una refrescante y necesaria enseñanza en este proceso electoral”.

Pensamiento. Conocimiento. Lenguaje complejo. Sensibilidad humanista. Curiosidad. Capacidad investigativa y de ejecución. Todo esto es lo que produce –o debería producir– la universidad, cuya misión es formar intelectuales con mirada abarcadora y espíritu tolerante, como Alejandro Gaviria. Yo me pregunto, sin embargo: ¿en qué momento la sociedad colombiana –y muchas otras– y sobre todo el mundo político decidieron darle la espalda a la academia y desentenderse del conocimiento intelectual, incluso menospreciándolo? ¿En qué momento se decidió que la palabra “intelectual” era odiosa, desdeñable, signo de infatuación? Para muchos, de acuerdo con los estereotipos, un intelectual sería un tipo que vive en las nubes, en el terreno de la abstracción, o una persona arrogante ajena a todo pragmatismo y capacidad de realización. Falso: Mockus, Sergio Fajardo, Gaviria son ejemplo de que hay académicos capaces de gobernar y realizar. La academia toda, cuando está conectada con las necesidades sociales, es en sí misma un factor de transformación.

Infortunadamente, en el discurso político colombiano prevalecen la demagogia, la intolerancia, el lugar común, la falta de ideas y el discurso sin vuelo ni poder abarcador. Basta examinar el de Duque, insulso y pálido; la primera promesa de Óscar Iván Zuluaga, tan elemental como efectista, de quitar el 4 x 1.000; las desfachatadas declaraciones del agreste candidato Rodolfo Hernández, un macho belicoso como el innombrable; el maniqueísmo populista de Petro o las insensateces de nuestra vicepresidenta y de la también desfachatada María Fernanda Cabal.

Porque su palabra contrasta con la de los politiqueros y porque es un hombre sensible y curioso es que nos alegra que Alejandro Gaviria se haya lanzado al ruedo electoral. Con Fajardo, De la Calle, Guillermo Rivera, Juan Fernando Cristo, Ángela Robledo, Juan Manuel Galán y otros políticos valiosos, Gaviria fortalece el centro del que algunos descreen. Stefan Zweig escribió a propósito de Erasmo, que fue un hombre de centro, que la historia no ama mucho “a los hombres mesurados, a los mediadores y reconciliadores, a los hombres de Humanidad. Sus favoritos son los apasionados, los desmedidos, los bárbaros aventureros del espíritu y la acción”. Y añade: “Es destino de todo fanatismo el agotarse a sí mismo. La razón, eterna y serenamente paciente, puede esperar y perseverar”. Hasta que le llega su hora.

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