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TODO PARECE INDICAR QUE A MEdida que aumenta el éxodo de gentes desesperadas que huyen del hambre y la violencia buscando refugio en los países europeos, crece la xenofobia.
Esta no es de ahora: desde hace unos años las derechas europeas se han radicalizado, son relativamente frecuentes los incendios en los albergues alemanes donde se refugian los inmigrantes, y la paranoia antislamista ha llevado a tomar medidas polémicas a ciertos gobiernos; la xenofobia estuvo, incluso, en la raíz de la matanza colectiva cometida en 2011 en Noruega, donde el fanático Anders Behring la justificó como una reacción contra una supuesta islamización de Europa.
Martha C. Nussbaum, en La nueva intolerancia religiosa, analiza de manera detallada estos casos e interpreta así el fenómeno: “desde el ascenso del moderno Estado-nación, los países europeos han concebido como raíz principal y suprema de su propia nacionalidad una serie de características que son difíciles (cuando no imposibles) de compartir para cualquier inmigrante que llega a ellos”. Nussbaum también afirma que a pesar de que muchos de esos países se apoyan teóricamente en unos principios de igualdad y respeto, en la práctica el afán de identidad nacional los ha llevado a pensar que esta se logra buscando homogeneidad o, en último caso, la asimilación cultural del extranjero.
Sentimientos de identidad cultural tan acusados hacen que la llegada de lo que para ellos es horda invasora despierte un miedo irracional a lo distinto, que se ve como una amenaza. Por eso no nos asombre que a la incapacidad de algunos gobiernos de hacerle frente de manera humanitaria al problema (el alambre de púas que hemos visto en algunas fronteras es ya un símbolo de la elementalidad del rechazo) se sume, cada vez en mayor medida, una derechización del ciudadano corriente y un aumento de la xenofobia.
Que esta se descarara en los Estados Unidos parecía, sin embargo, algo menos probable. Aunque allí se ha combatido, como en muchas partes, la inmigración ilegal, ese país se ha jactado siempre de ser inclusivo y se ha mostrado al mundo como una nación de inmigrantes, como en efecto lo es. Pero ahora, de la mano del rústico Donald Trump, las cosas parecen estar cambiando. En el reino de lo políticamente correcto, el desfachatado candidato que se permite la incorrección ha hablado por muchos, y ha abierto la compuerta de lo sabido pero no dicho: que también en Estados Unidos hay una profunda corriente de racismo y desprecio por lo que se considera distinto del mundo “blanco”. Sus vergonzosas declaraciones propician el envalentonamiento de los xenófobos y pueden desencadenar actitudes similares a las de los europeos más recalcitrantes.
Sólo faltaba que en América Latina, donde prevalece una idea de identidad, dada, sobre todo, por la lengua, apareciera la xenofobia. Y resulta que la ha desatado, contra Colombia, el señor Maduro, como salida falsa a sus problemas internos. Esperemos que los venezolanos independientes, los que no aplauden a su presidente como marionetas, no lleguen a albergar el odio que los discursos del gobierno fomentan. Entre otras cosas, porque traiciona de este modo Maduro la idea de Bolívar, supuesto faro de la República Bolivariana.
