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Sí, es un niño, pero también un sicario. Aunque podríamos decirlo a la inversa: es un sicario, pero también es un niño. De la unión de esas dos condiciones nacen nuestro desconcierto y nuestros interrogantes. ¿Como puede un muchacho que apenas entra en la adolescencia disparar de esa manera fría en la cabeza de alguien, quien quiera que sea? Como ya se ha dicho, no se trata de un joven politizado que actuó llevado por una idea o una creencia. Es más: no tenía claro ni siquiera cómo era su víctima, como se desprende de lo que declaró Sandra Beatriz Castillo, la mujer que estaba a su lado, a la que el joven sicario le preguntó: “¿Ese quién es?”. No lo conocía porque él cumplía un mandato y a la vez hacía un negocio. Según varios medios, el menor confesó que le ofrecieron veinte millones de pesos por asesinar a Miguel Uribe Turbay. Para rematar, ni siquiera duró más de dos meses en Jóvenes en Paz, el programa muy controvertido de Gustavo Petro que paga a muchachos para que no delincan, y tampoco aceptó la invitación de Idiprón, una institución que desde el afecto y la motivación intenta recuperar a muchachos con problemas.
Una pregunta que todos nos hacemos es: ¿hay redención para un muchacho que muestra tal condición conflictiva? Pero hay otra, también dolorosa: ¿qué pasó —o qué pasa— en esa vida para que un adolescente de catorce años ya haya enrumbado su vida por el camino de la criminalidad? Poco a poco han ido aflorando datos: la madre murió a los 23 años, cuando él era un niño. Y su historial registra cinco anotaciones: en 2020, cuando tenía menos de diez años, habría sido víctima de violencia por parte de su madrastra y de su padre, un exmilitar del que se dice puede estar en Ucrania, en condición de mercenario; violencia que se repite en 2022, según denuncia que hizo una tía materna. En su escuela reportan conductas agresivas de él y contra él, y en 2024 fue remitido a atención sicológica, por “comportamientos inadecuados”.
Hay en este país —y en otros muchos— miles de niños que no tienen infancia, pues pierden eso que llaman “la inocencia” por muchas razones, que los empujan a una adultez temprana que incluye pobreza, abusos, pérdidas, maltrato. Algunos convierten su dolor en fortaleza, como la heroica Leslie, la niña que salvó a sus hermanitos de la muerte en la selva. Otros optan por la rabia, el odio, el cinismo y la autodestrucción. De manera que el niño que atentó contra Miguel Uribe no es el único: hay cientos de delincuentes que tienen 13 o 14 o 15 años. Un caso atroz fue el de la niña de quince que con su pareja de 14 mató con una navaja y en una zona boscosa a su exnovio de la misma edad, al que le tendió una celada. En una caricatura de Guerreros un chico le dice a su amiguita que el ICBF protegerá al adolescente-sicario, y la niña le responde: ¿y qué tal si se hubieran acordado antes? La pregunta, en este caso, no es del todo justa, como ya vimos, pero sí señala un problema estructural de descuido y falta de prevención de todo un sistema hacia la primera infancia. Y también de los alcances de los infames que reclutan e instrumentalizan a niños y jóvenes acorralados por la violencia de un país sin remedio, sin que existan mecanismos para impedirlo.
