El nivel de la protesta

Un interesante movimiento estudiantil empieza a extenderse por las universidades norteamericanas en rechazo al apoyo incondicional que el gobierno de Joe Biden le ha dado a Israel durante la guerra, y en apoyo a Gaza. Estudiantes de las universidades más reconocidas del país –Columbia, NYU, Yale, Berkeley, entre otras– han llevado más lejos sus peticiones al solicitar a las autoridades académicas que renuncien a los aportes económicos de empresas proisraelís. Apoyados por muchos profesores, la protesta, que ahora pide que los arrestados en Columbia la semana pasada sean reintegrados, promete convertirse en una bola de nieve que incidirá en los resultados de las próximas elecciones. Por sus posturas, Biden tiene las de perder frente a ese electorado joven, y ya el impresentable Trump ha calificado la protesta como “una vergüenza”. La reacción de las autoridades ha sido casi siempre represiva, incluyendo el desalojo de los pacíficos estudiantes por parte de la policía. Las directivas han alertado de actos de antisemitismo, que infortunadamente se han dado, pero hay que decir que muchos de los que acampan son judíos progresistas que están contra las políticas de Netanyahu.

Imposible no relacionar estas movilizaciones estudiantiles pacifistas con las que se vivieron entre 1963 y 1973 contra la guerra de Vietnam, y que los estudiantes de mi generación apoyamos fervorosamente en todas las universidades del mundo. Una de las más importantes fue la de 1965, liderada por la Universidad de Michigan, que convocó a 2.500 personas, seguida meses después por la de Berkley, que llegó a 30.000 manifestantes. Hubo dramáticas inmolaciones, una de ellas la de Norman Morrison, un pacifista que siguió el ejemplo de Thích Quang Duc, un monje survietnamita que se prendió fuego para protestar por los abusos contra los budistas. Músicos, artistas, escritores, apoyaron las manifestaciones pacifistas, de las que hizo parte el movimiento hippie, que pregonaba la paz, la comunión con la naturaleza, el rechazo a la sociedad de consumo, el amor libre. Fue bello ver cómo toda una generación de jóvenes se politizaba, se lanzaba a las calles con valentía, quemaba las libretas militares, rechazaban enlistarse, aunque el castigo fuera ir a la cárcel.

También marcharon hace unos días miles de estudiantes argentinos para protestar, justamente, contra los ajustes del ultraderechista Milei, que ha recortado la financiación a la universidad pública y gratuita, poniéndola en grave peligro. En Colombia, infortunadamente, muy pocas veces vemos ya marchas universitarias consistentes, con consignas inteligentes y justificadas. Una de las pocas organizadas fue la reciente para protestar por el nombramiento del nuevo rector. No hemos visto la primera significativa a favor de Gaza. Ya ni siquiera algunos llevan la kufiya, el pañuelo palestino. Es como si los universitarios se hubieran desentendido de los grandes conflictos. En cambio, se registran todas las semanas bloqueos por parte de encapuchados, como los que vimos esta semana. Sus ataques irracionales, que ni siquiera se sabe qué persiguen, y que atentan contra el bienestar del ciudadano corriente, lo único que logran es hacerles perder credibilidad, como simples vándalos.