En algún momento de la vida, muchos de nosotros, agobiados por el caos urbano, hemos tenido la fantasía de retirarnos a un lugar paradisíaco, apacible, donde podamos dedicarnos a las cosas que nos gustan: caminar, cocinar, leer, oír música, tener un jardín, o todas las anteriores. Infortunadamente, ese sueño a muchos casi nunca se nos cumple. Pero hay quien hace todo lo que puede por hacerlo realidad, y ese es el caso de mi amiga A, cuyo nombre me reservo por razones que comprenderán enseguida.
La ilusión de A de apartarse de la ciudad tenía un asidero: a la muerte de los padres había heredado una casita sencilla donde su familia...
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