El pasado en presente

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Piedad Bonnett
05 de abril de 2020 - 05:00 a. m.
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En La herencia, la noruega Vigdis Hjorth cita estas palabras de Freud: “Este es el punto flaco de lo europeo, del ser occidental (…), que está cegado por sus propios triunfos civilizatorios, que sobreestima sus capacidades culturales en relación con su pulsión de vida”, una frase que hace pensar en la arrogancia o inversión de prioridades que países como Italia, Reino Unido o España le han dado a la crisis causada por la pandemia.

En países pobres como este, llenos de desigualdad y corrupción, la crisis actual, en cambio, no sólo saca a la luz las políticas equivocadas de los distintos gobiernos, sino los malos manejos de años y años de una clase dirigente inepta y rapaz. Un ejemplo es el de la precariedad de la salud, que sintetiza con precisión Guillermo Rivera en artículo reciente en La línea del medio: “Si, en lugar de haber dejado el sistema de atención en salud expuesto a las reglas del mercado, hubiéramos diseñado uno en el que, al menos, la prevención de la enfermedad y la atención de epidemias estuvieran en cabeza de unas instituciones fuertes, presupuestal, científica y tecnológicamente, no estaríamos en Colombia y en otras partes del mundo adecuando hoteles para transformarlos en hospitales transitorios”. Para la muestra, un botón: hace apenas cinco días una joven campesina del pueblo cercano al lugar de mi refugio comenzó a dar a luz. Pues, atérrense, en el hospital local, con sede de una manzana pero dotación cero, ¡no atienden partos!, por lo cual la remitieron a una ciudad grande, a un hospital donde probablemente ya haya casos de coronavirus. No hay derecho.

Desafortunadamente, años de incompetencia gubernamental nos impiden confiar en que estamos preparados para lo que venga, como anuncia Duque. Nos escandalizamos de que la gente rompa el confinamiento, proteste, se eche a la calle, y repetimos que somos un pueblo indisciplinado, pero olvidamos que esa indisciplina ha sido reacción al eterno abandono estatal y al paquidermismo burocrático. Y es que si hubiera confianza en lo institucional, como sucede en Japón o Suecia, las drásticas medidas de hoy serían acogidas espontáneamente.

La crisis del coronavirus parece, sin embargo, haberle dado un segundo aire al mandato errático y vacilante del presidente Duque, que ahora gobierna desde las urgencias que le plantea la pandemia, mientras un manto de oscuridad muy conveniente cae sobre los escándalos de la ñeñepolítica y sobre problemas gravísimos que nunca enfrentó con seriedad, como el asesinato sistemático de líderes o los problemas ambientales. Habría que decir a su favor que finalmente tomó medidas importantes como la del confinamiento obligatorio o el cierre de vuelos, pero aun así, mientras líderes como Alejandro Gaviria o Claudia López actuaban con rapidez y visión, tanto Duque como su equipo duraron semanas dando palos de ciego. ¿Qué tal, por ejemplo, las respuestas confusas de la ministra de Transporte, las afirmaciones bobas de Alicia Arango, las generalidades de Luis Guillermo Plata o la banalidad populista del mismo presidente, que en tiempos que urgen pensamiento científico aparece encomendándose a la Virgen de Chiquinquirá o sugiriendo, a través de la primera dama, izar la bandera? Y es que el que ha sido…

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