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El resentimiento

Piedad Bonnett

07 de diciembre de 2025 - 12:07 a. m.

Para donde miremos, en esta época de redes sociales y auge de toda clase de populismos, nos encontramos con el resentimiento. Pero ¿cuál es la naturaleza de esa emoción que, desde Aristóteles, han tratado de entender los filósofos? ¿Qué tan pernicioso puede ser el resentimiento político, hasta qué punto es un motor de cambio o una fuerza destructiva, en qué se diferencia de la indignación? ¿Puede el resentimiento socavar la democracia? Estas son las preguntas que se hace Eva Illouz en un libro agudísimo titulado La vida emocional del populismo, cuyas tesis, aunque imposibles de sintetizar en una columna, encierran una reflexión necesaria en sociedades como la colombiana, atravesada por tantos odios irreconciliables.

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El resentimiento político, para empezar, es una emoción ambigua, cuyo límite entre el deseo de justicia en sociedades desiguales y “una variante de la envidia mezquina” no es fácil de dilucidar. Pero lo que es claro es que es un sentimiento que se rumia, un enconamiento que encierra una pulsión de odio y venganza, y que por eso mismo no pasa a la acción, como la furia abierta que engendra las revoluciones. Illouz llama al resentimiento una “emoción pasiva”, cuyo punto flaco es que “en lugar de traducirse en una política de justicia universal, se concentra en las heridas y la hostilidad contra grupos identificados como élites (…) buscando culpables históricos y recreando simbólicamente la promesa de venganza contra estos grupos designados”. Que pueden ser, añado yo, los ricos, los blancos, los empresarios, los judíos o los musulmanes, o cualquier otro que se señale como el enemigo.

Tanto Illuz como Marta Nussbaum —esta última tiene un libro en el que se ocupa de la ira y el perdón— señalan que el líder que le da un uso político al resentimiento social no busca tender puentes, sino que convierte el sentimiento de injusticia frente a las desigualdades en un mecanismo de división social. Las dos autoras coinciden en señalar un caso contrario de manejo de la indignación frente a la injusticia: el de Martin Luther King, quien tendió la mano a los blancos con la conciencia de que, según Nussbaum, “solo la cooperación resolvería verdaderamente los problemas de la nación”.

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Illuz ilustra su discurso con ejemplos de sociedades como Israel —donde, dice, hay estigmatización de grupos minoritarios de judíos— y muestra cómo el líder populista lo primero que hace es buscar en el pasado culpables históricos, y “recrear simbólicamente la promesa de venganza” contra el enemigo; cómo, en segundo lugar, se victimiza, y usa esa victimización como el argumento moral que le permite buscar vengarse de los que supuestamente le han hecho daño; y, por último, cómo manipula los rencores individuales prometiendo que él liderará la revancha, mostrándose así como “ un padre, un hermano, alguien que no solo pertenece al grupo sino que lo protege”.

Leyendo estos textos es fácil concluir que, aunque el resentimiento responde casi siempre a un descontento justificado por las desigualdades, puede ser manipulado por líderes antidemocráticos con fines políticos que, en vez de enfocarse en el futuro y en el bienestar colectivo, lo que hacen es revivir heridas pasadas y justificar el derecho al odio y la venganza.

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