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El Santos verdadero

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Piedad Bonnett
09 de julio de 2016 - 03:39 a. m.
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En una interesante entrevista en este diario, Cecilia Orozco le pregunta a Rodolfo Arango, doctor en derecho constitucional y columnista, cuál de los dos Santos es el verdadero: si el que la izquierda ve “como un neoliberal sin límites”, o el que la extrema derecha califica de “castrochavista” y de “ficha del comunismo internacional”.

El profesor Arango, que alguna vez militó en el Polo, contesta que “la imagen de la izquierda (…) es más atinada porque se atiene a su historia, sus políticas económicas aperturistas y su obsesión con que el país entre al club de los ricos (OCDE), pese a los riesgos que ello implica para la consolidación de la paz”.  Y que la imagen que la derecha tiene del presidente le parece fantasiosa e imposible de creer. 

Tiene la razón Rodolfo Arango. A nadie medianamente cuerdo se le puede ocurrir que Juan Manuel Santos sea un alfil del comunismo internacional y mucho menos un simpatizante de Castro y Chávez, entre otras cosas porque en su Gobierno no hay ninguna tendencia al populismo —que sí tuvo lugar en el Gobierno de Uribe, porque populismos hay de izquierda y de derecha—, pero, sobre todo, porque las políticas de Santos son las de un gobernante que pertenece a la clase política tradicional, cuyo proyecto económico y social de tipo neoliberal nadie, salvo los recalcitrantes de la ultraderecha, podría calificar de revolucionario. Lo que sí ha demostrado ser es un político inteligente, sagaz, ambicioso y perseverante, que supo leer bien las circunstancias históricas y con valentía jugársela toda al proyecto de la paz, permitiéndole a Colombia soñar con un futuro distinto. Si lo logra, como ya escribí antes, creo que tiene un lugar bien ganado en la historia, algo que por lo visto a él le interesa.

Precisamente por eso, Juan Manuel Santos, que ha mostrado voluntad política en temas como el de la educación y la restitución de tierras, podría ser más audaz en lo que le queda de gobierno, y dedicarse a promover los cambios sustanciales que el país necesita: reformas en el sistema de salud y lucha contra la corrupción, la minería ilegal y la desigualdad social, factores desestabilizantes a la hora de la paz. Desafortunadamente esos cambios exigen reformas estructurales de fondo que chocan con los intereses de los poderosos y de los politiqueros y van en contravía del capitalismo salvaje en el que Santos cree. Muy probablemente, pues, lo único que ahora podamos esperar es que garantice que se cumplan los acuerdos de paz, que combata seriamente a las Bacrim y a los paramilitares, y que cree las condiciones para que la justicia transicional avance con firmeza en su tarea. Lo demás sólo podrá darse a medida que la clase política, corrupta y clientelista, vaya siendo desplazada por los políticos limpios, “modernos y frescos” de los que habla Cecilia Orozco. Que, por supuesto, no son los excombatientes de las Farc, a los que les resultará difícil, durante muchos años, librarse del peso de un pasado de infamias.

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