Es claro que las monarquías son instituciones obsoletas, probablemente destinadas a la extinción. Pero son bellos sus rituales. Ceremonias como la coronación de Carlos III –con su carga de boato y tradición– y las que rodearon el recibimiento al presidente Petro y su comitiva por parte de los reyes de España –con sus pintorescos detalles por el lado colombiano– me remitieron a los planteamientos que hace Byung-Chul Han en su libro La desaparición de los rituales.
El filósofo coreano comienza advirtiendo, tal vez temeroso de que lo tilden de conservador nostálgico, que los rituales “no definen un lugar añorado”, pero tampoco celebra su desaparición, porque para él los ritos “representan aquellos valores y órdenes que mantienen cohesionada una comunidad”. Con su tendencia a la repetición, añade, los ritos “dan estabilidad a la vida”: marcan el paso del tiempo y sus umbrales, lo que empieza y lo que acaba, lo religioso y lo profano, la vida y la muerte. La fiesta, por ejemplo, ese ritual “que viene de que los hombres sienten periódicamente la necesidad de congregarse”, ya que somos una especie gregaria, celebra tanto el año que termina, como el nacimiento, la boda, la graduación, y hasta el descanso después de una semana de trabajo.
Lo que el libro pretende mostrar, sin embargo, a la luz de los rituales, es la pérdida de estos en la sociedad contemporánea, invadida hoy, según el autor, por “un vacío simbólico”. Mientras los rituales crean una “comunidad sin comunicación” (pensemos en la coronación del rey) lo que predomina hoy es “una comunicación sin comunidad” (pensemos en las redes sociales). “La desaparición de los símbolos remite a la progresiva atomización de la sociedad”, escribe. ¿Y a qué se debe esa pérdida? A la sociedad de consumo, que todo lo vuelve obsoleto, vertiginoso, perecedero. Y a la preponderancia del yo en la cultura contemporánea. Byung-Chul Han describe maravillosamente a ese egocéntrico que al sentirse desdibujado dentro del ritual colectivo, apela a cualquier cosa que lo vuelva visible. “Que hablen de mí, bien o mal, pero que hablen”, como en la frase que atribuyen a Dalí. (¿Están pensando en alguien?) En la sociedad de la autenticidad, como la llama el coreano, “todo el mundo se representa a sí mismo. Todo el mundo se da tono”. Y también: “Los rituales son inasequibles a la interioridad narcisista”.
En resumen, Byung-Chiul Han está hablando de una sociedad que desprecia cada vez más las formas. Esas que han construido lo que llamamos civilización. Las que nos llevan a escuchar y no a insultar. A saludar. A ceder el paso. A respetar al anfitrión y a renunciar al exhibicionismo narcisista. Y toca un punto neurálgico en estos días: “Hoy se moraliza a diestra y siniestra y sin parar –escribe– pero al mismo tiempo la sociedad se está embruteciendo. Desaparecen los gestos de cortesía. El culto a la autenticidad los desprecia. Los modales pulcros son cada vez más inusuales. (…) Incluso se podría decir que cuanto más moralizante es una sociedad, más descortés se vuelve”. Y concluye: “hay que defender una ética de las bellas formas”.
Posdata: ¿no es de un machismo anacrónico (y cursi) titular “Se fue la musa de Botero” para referirse a una mujer que tuvo una obra propia?