Escucha este artículo
Audio generado con IA de Google
0:00
/
0:00
Se pregunta Juan Pablo Calvás en su última columna, no sin razón, si la lentitud de la negociación entre el Gobierno y el paro no será “una estrategia para impulsar proyectos políticos”. Y es que, si examinamos el panorama político, vemos que este se ha ido reconfigurando a medida que el paro evoluciona. Lo que parecía favorecer sólo al belicoso Petro ya no parece tan claro. Veamos.
Era imposible, cómo no, que en un paro de tal magnitud y duración no aflorara la naturaleza conflictiva de este país. Su núcleo más poderoso, por supuesto, y el lado más claro del asunto es el de la protesta ciudadana, con las centrales obreras a la cabeza, pero constituida sobre todo por miles de jóvenes que han marchado con entusiasmo y en su mayoría en forma pacífica. El lado turbio, sin embargo, se ha manifestado en la brutalidad y abusos del Esmad, que como en tantas otras ocasiones ha dejado jóvenes muertos, desaparecidos y abusados; en los saqueos de la delincuencia común; en el accionar de las tenebrosas bandas criminales y las mafias del narcotráfico, que parecieran estar detrás de hechos de vandalismo organizado como la quema de los palacios de justicia, la tortura de policías y el amedrentamiento a la primera línea con siniestros comunicados; no ha faltado, tampoco, el paramilitarismo, encarnado en matones disparando en las vías o desde sus casas, ante la inercia de policías que o son unos cobardes muy mal entrenados, o son sus cómplices; mercenarios pagados para causar desestabilización, como denunció la prensa esta semana, y xenofobia, pues seguro que hay venezolanos implicados, pero no son los que lideran, como cree el 32 % de los encuestados.
Asombra la intransigencia tanto del Gobierno como de los organizadores del paro. Incapaces de conciliar sobre el cese de los bloqueos —llamados ahora eufemísticamente por el Comité del Paro (CNP) “puntos de resistencia”— y sobre la desmilitarización de la protesta, peticiones justas las dos, convirtieron este mano a mano en una lucha de poder que se desentendió de la ciudadanía. Y esta, exasperada por la dilación y el entorpecimiento de su vida laboral y cotidiana, lo que ha hecho es radicalizarse y quitarle apoyo y simpatía a la protesta. Al CNP o le faltó sentido de la oportunidad y visión, o quiso llevar las cosas hasta un punto de polarización que le diera réditos políticos con miras al 2022. No contaron con la fiera reacción de la derecha, que en cabeza de Álvaro Uribe y alegando ilegalidad de los bloqueos ha empezado a exigir lo previsible: autoritarismo. Ni tampoco con la maleabilidad ciudadana, que ante el caos lo que empieza a pedir siempre es mano dura y militarización. Aunque las protestas continúen, no deja de ser un fracaso para los organizadores que buena parte de los bloqueos hayan cesado no por una oportuna orden suya, como habría sido deseable, sino como producto de las acciones militares. Y resulta que ahora, aprovechando el río revuelto, Pastrana reencaucha la candidatura de Vargas Lleras, la única figura de peso de la derecha, inteligente, capaz y experimentado, pero un neoliberal sin alma y un autoritario rudo y poco conciliador. Otra vez quedamos entre los extremos, sin una alternativa visible.
