Publicidad

Entre el miedo y el entusiasmo

Sigue a El Espectador en Discover: los temas que te gustan, directo y al instante.
Piedad Bonnett
26 de junio de 2022 - 05:30 a. m.
Resume e infórmame rápido

Escucha este artículo

Audio generado con IA de Google

0:00

/

0:00

Una amiga médica, que vive en Medellín, me comentó que el día de la votación, en el lugar repleto de gente y largas filas, había un silencio impresionante. No es difícil interpretar ese silencio: tensión, miedo, tristeza. Por supuesto, estamos hablando de una ciudad tremendamente conservadora y de una sociedad donde el uribismo echó raíces profundas. Allí, algunos de los que votaron a favor de Rodolfo Hernández lo hicieron porque comparten algunos de los valores que predicó, muy semejantes a los de una parte de los antioqueños: la creencia en una ética calvinista del trabajo, que se considera una virtud y no un castigo; en ese trabajar, trabajar y trabajar que predicaba Uribe, que llevó al santandereano a proponer una insólita jornada de diez horas diarias y pocos descansos; pero también en una tradición de empuje empresarial, de ahorro, y de interés por el dinero y admiración por el que logra enriquecerse. También votaron por el macho, por el patriarca, por el patrón, por el personaje malhablado que los divierte. Muchos otros, sin embargo —en Antioquia y en el resto del país— no votaron por Hernández sino contra Petro. O votaron por Petro, pero sin confiar enteramente en él. Con miedo, con incertidumbre, con tristeza de dar su voto por alguien en quien no creían.

En contraste, en la noche vimos a muchos celebrar alegremente. Las calles y las plazas se llenaron de música, de banderas, de consignas, de jóvenes que confían en la verdad del cambio, en un futuro distinto. Y, como providencialmente, esa tarde me encontré en una crónica de Karim Ganem estas palabras de Pasteur: “Los griegos nos han dado una de las palabras más hermosas de nuestra lengua: entusiasmo, un dios interior. La grandeza de los hombres se mide por la inspiración de la cual surgen. Feliz aquel que tiene un dios interior”. En efecto, la etimología de entusiasmo es en-theós: sentirse poseído, estar en éxtasis, en furor anímico. El entusiasmo siempre es bello y deseable, porque él está en la raíz de los cambios, de la acción, de la creación, de la solidaridad, de la entrega. Este país ha tenido algunos momentos de entusiasmo, casi todos relacionados con el fútbol, el ciclismo y hasta el boxeo. Pero también con la política: Gaitán, Galán, Mockus crearon en su momento grandes entusiasmos. No dudo de que Petro, cuando ingresó a la guerrilla, y después a la política, lo hizo también impulsado por el entusiasmo.

Pero este suele ser efímero, disolverse en frustración. Sostener la fe de una sociedad en una causa es una tarea titánica. Si es consciente de eso, el próximo presidente está obligado a cumplirles a los más de 11 millones de colombianos que hoy están encendidos por el fervor de su triunfo, poseídos por la esperanza, alegres de pensar que estamos ante un punto de quiebre, y que los desposeídos de siempre verán cambiar su vida. Pero también está obligado con los diez millones de colombianos que no creen en él y que viven el momento en el pesado silencio que viene del desasosiego. De su sensatez, su ecuanimidad y su generosidad depende el bienestar del país. Yo, como muchos otros, espero, apertrechada en un sano escepticismo, pero a la expectativa, y dispuesta, por supuesto, a unirme al entusiasmo en cada logro, cuando los haya.

Conoce más

 

Sin comentarios aún. Suscríbete e inicia la conversación
Este portal es propiedad de Comunican S.A. y utiliza cookies. Si continúas navegando, consideramos que aceptas su uso, de acuerdo con esta  política.