Erdogan, el presidente de Turquía, declaró el 25 de noviembre, Día Internacional para la Eliminación de la Violencia contra las Mujeres, que la igualdad entre hombres y mujeres es imposible.
“No puedes poner en posición de igualdad a hombres y mujeres, eso es antinatural”. Y añadió, sin mosquearse, que “nuestra religión, el islam, ha definido un puesto para las mujeres en la sociedad: la maternidad”. El que crea que esta es tan sólo una genuina convicción de los islamistas, se equivoca: miles de personas de otras culturas actúan desde este prejuicio, que está en el origen de la violencia de género. La mayoría, por supuesto, son hombres, pero la idea de que tenemos menos derechos también existe, por desgracia, en las mismas mujeres.
A Tatiana, por ejemplo, un hombre la amenazó con un revólver, le puso una cuchilla en la cara y la violó, cuando iba para el colegio, a los 16 años. Al daño físico y psíquico, y al miedo, que la llevó a dormir con un cuchillo debajo de la almohada, tuvo que añadirle el trato deshumanizado de los policías que recibieron la denuncia, la ineficiencia de la justicia y la estigmatización en su entorno. “Por algo sería”, me cuenta Tatiana, que le decían sus tías, o “eso le pasa por brincona”. Como en el Paraíso, es Eva la que siempre tiene la culpa. Tatiana sentía, además, que otros hombres iban a querer abusar de ella, porque “ya no valía nada”. En su cabeza, haber perdido así su virginidad la convertía en puta a ojos de los demás.
Durante 17 años Yamile aguantó a un hombre infiel, que le contagió una venérea, y la celaba enfermizamente, la “cachetiaba”, la humillaba y, finalmente, trató de matarla. Hoy vive escondida. “Creí durante mucho tiempo que, por estar casada, tenía que aguantar todo. Que eso era así”, me dice, haciéndome recordar el célebre dicho de “porque te quiero te aporrio”. O la letra de algunos vallenatos.
Tatiana y Yamile están ahora asesoradas, en lo psicológico y en lo judicial, por SISMA, una fundación que lucha por los derechos de la mujer y las prepara para defenderse con la herramienta del conocimiento. Pero cientos de mujeres no llegan a estas instancias, o porque tienen miedo o porque no están informadas, o porque la violencia que se ejerce sobre ellas tiene formas más sutiles, que interpretan, para usar los términos de Erdogan, como naturales. Natural es para muchas —y por supuesto para todos los agresores— que su pareja se emborrache con frecuencia; que el hombre agreda, así sea de palabra, a sus hijos o a su mujer; que a ésta la obligue a tener sexo; que la aísle de su familia; que use el dinero como presión o chantaje; que la cargue con el peso de todos los oficios domésticos, más allá de la jornada de trabajo.
Cambiar la mentalidad machista enquistada en una sociedad exige un esfuerzo de años. Endurecer los castigos contra los agresores es importante. Y acudir a medidas coyunturales, como la ley de cuotas o la alternancia de género en las listas, también. Pero son la escuela y las campañas oficiales las que deben contrarrestar una idea de la mujer que nace en el hogar y que, por desgracia, es alimentada por las telenovelas, la publicidad y los malos chistes.